viernes, mayo 3, 2024
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Fue un gran honor, Enfry

OSCAR QUEZADA

redacción@editorabavaro.com

Siempre estaba activo. ¿Apagado en asuntos laborales? No, qué va, si parecía un correcaminos en aquella sala de redacción donde compartimos una y mil experiencias.

Sacudidas emocionales, turbaciones; el tranque, el estrés que caracterizan la traumática hora del cierre de un periódico.

Enfry-Taveras

Y qué irónico, porque me dicen que aquel azaroso día estaba igualmente presuroso. Que caminaba rápido, y sin detenerse un solo segundo, doblaba esquinas y saludaba sin soltar su teléfono celular, como solía hacer en el periódico. Oh, Dios, cuantas rabietas contigo Enfry, cuando te hablábamos y, por estar entretenido mirando y subrayando páginas, no nos daba el espacio para colocar nuestras historias. Y tú te enfadabas, por supuesto que te enfadabas. Pues, era muy grande tu responsabilidad.

A Enfry le correspondía la peor parte del trabajo de un periódico: terminar la edición del día siguiente y garantizar que el producto saliera decente para los lectores. Por eso siempre andaba rápido y apenas tenía tiempo para un espontáneo “okey”.

Recuerdo aquellos días, cuando juntos cerrábamos el periódico El Caribe, él como jefe de redacción y yo como reportero. Uno de esos días tuve que apelar a su innegable gentileza. Le solicité que debía despacharme temprano, porque quería tener mi familia, mi esposa, hijos, antes de que mis días terminaran en manos de un maldito que no sabe cuánto me ha costado mantenerme vivo.

“Don Oscar (nunca me tuteó), de mañana en adelante saldrás más temprano”, me prometió. A partir de ese día, en vez de irme las 11:00 de la noche, salía del periódico a las 10:30. “Okey, váyase; yo me encargo de lo que pase”, me decía cada noche.

Así era Enfry, no un ser humano perfecto ni mucho menos. Tampoco creo que aspirara serlo. Pero fue sensible ante las injusticias y el dolor ajeno; respetuoso y con una cualidad escasa entre los humanos: era un hombre de principios.

Su amor por los niños y los animales era otra de sus más reconocidas cualidades. Me preguntaba casi a diario por mis hijos. “Qué bueno. Me alegra oír eso”, me respondía, cuando le decía que estaban bien.

El jueves pasado, me llamaron para decirme que Enfry decidió marcharse a ese lugar que solo conocemos por referencias. Al día siguiente, un viernes de esos que pudo estar trabajando en algún texto de interés noticioso, lo vi sin prisa; metido en una caja, inerte. Estaba muerto. Decidió su propia muerte. ¿Qué más decir?

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