PUNTA CANA. Se autodenominan «estudiantes”. Esa es la traducción literal del término pastún «talibán”. Pero la imagen que se asocia con ellos no es tanto la de gente sumida en la lectura de libros, sino la de terrorismo y destrucción.
Cuando tomaron el control de Kabul, la capital de Afganistán, el domingo, cientos de personas irrumpieron presas de pánico en el aeropuerto de esa ciudad, tratando de conseguir lugar en uno de los pocos aviones militares que aún despegaban, en un intento desesperado de escapar del país.
Este grupo fundamentalista tiene una clara jerarquía. Haibatulá Ajundzada es, desde 2016, su líder supremo, es decir, la máxima autoridad en materia política, religiosa y militar. Cuenta con tres adjuntos y una serie de «ministros” encargados de asuntos de inteligencia o temas económicos, entre otros.
La llamada «Quetta Shura» es la máxima autoridad consultiva y consta de 26 miembros. El brazo político del grupo, que lo representa a nivel internacional, tiene su base en Doha, Catar. Está dirigido por el cofundador del movimiento talibán, el mulá Abdul Abdul Ghani Baradar.
El grupo ha ganado mucho dinero con la exportación de opio y heroína. La ONU estima que, tan solo en 2018 y 2019, el negocio ilegal de drogas le reportó más de 400 millones de dólares. Este sería el orinen de cerca del 60 por ciento de sus ingresos, según fuentes estadounidenses. También recaudan impuestos y reciben ayuda financiera.
El movimiento talibán surgió de la cruenta guerra civil que se desató tras la salida de las fuerzas de ocupación soviéticas de Afganistán. El grupo se formó oficialmente en 1994, pero muchos de sus combatientes habían luchado antes contra las tropas soviéticas, con apoyo encubierto de la CIA. El nombre «talibán” proviene del hecho de que muchos integrantes habían estudiado en escuelas religiosas de Afganistán y Pakistán que, según se estima, propagaban una forma extrema del islamismo sunita.
El mulá Mohamed Omar, fundador del movimiento talibán afgano, disgustado porque no se había instalado la ley islámica en el país tras la retirada soviética, reunió a un grupo de 50 estudiantes, con los que se propuso combatir a criminales y caudillos militares y restablecer el orden y la seguridad en Afganistán. El grupo creció rápidamente con apoyo de Pakistán y comenzó a tomar el control de ciudades y provincias. Ganó popularidad por combatir la corrupción y brindar seguridad para hacer negocios en las regiones donde tenía el poder.
En 1996 tomó Kabul y en 1998 controlaba el 90 por ciento del territorio afgano.
Pero el régimen talibán no solo trajo seguridad a los comerciantes. Su ideología se basa en el salafismo, una vertiente radical del islam. Una vez en el poder, los fundamentalistas impusieron la ley islámica, la sharía, conculcando los derechos humanos y en especial los de las mujeres.
A partir de los 10 años de edad, las niñas no podían ir a la escuela y debían usar burka, una vestimenta que cubre de la cabeza a los pies. A las mujeres se les prohibió conducir automóviles y salir sin compañía masculina. La televisión, la música y el cine fueron proscritos. Las personas condenadas por asesinato o adulterio fueron ejecutadas públicamente y el robo estaba penado con la amputación.
Expertos advierten que los talibanes no han cambiado su forma de pensar. .