Antonio Cedeño Cedano (Macho) redaccion@editorabavaro.com
La penúltima visita de Trujillo a Higüey (II) Perdían las extremidades superiores y las piernas en iguales direcciones opuestas, hasta que se desprendían descuartizadas, de su base o fuente; el padre Bernardo Montás, recurrió al segundo teniente en procura de clemencia -ahora allí, con la asistencia de los feligreses que al escuchar las campanas tañer, sabían que había misa y fueron a la iglesia, más los empleados que enterados por los correos de boca a boca; pues no había teléfono ni medio de comunicación alguno que no fuera el más antiguo, colmaron la iglesia y asistían a conocer y ver de lejos tan distinguido visitante; pero el padre Bernardo Montás estaba allí, esperando ser beneficiado con la santidad de una misa a su favor. Trujillo vio al padre Montás y recordó aquel sacerdote delgado, joven, de pelo lacio, que se escapaba a través del bonete de la coronilla de la cabeza hacia la frente, pidiendo clemencia a favor del patriota acusado de gavillero, como hijo del Dios Hijo, y cuyos ruegos fueron desatendidos, por el militar que ordenaba el descuartizamiento. Era un sacerdote que solo tendría el tamaño de aquel, pero era más viejo, robusto, si así se le puede llamar a la acumulación de carne macilenta, y al paso lento forzado por los años. Bueno, pensó Trujillo, de ese incidente no se acordaría el cura, era natural que se le olvidara; sin embargo, el cura padre Montás, tenía su gente a quien le contaría la historia, con el suboficial, aunque obviara decir el nombre del oficial para preservar el pellejo. Más ambos recibieron el flashback de los acontecimientos del pasado, y el recibidor percibió la luz mental envuelta en el confuso néctar del licor tomado la noche antes, y el dador de misericordias, como no había ingerido la sustancia del vino, su sobriedad le permitió, recordar perfectamente las groserías del suboficial; se miraron y sus ojos reflejaron en sus conciencias introspectivas las circunstancias luminosas de esos instantes. Luego, se dispusieron a cumplir sus obligaciones, diciendo el sacerdote: Padre Nuestro que estás en el Cielo.