domingo, abril 28, 2024
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La invasión del 14 de Junio (2-4)

Macho Cedeño (2)

ANTONIO CEDEÑO CEDANO (MACHO)

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Bajé después de las 5:00 de la tarde a las escuelas de la carretera, -como les decían los estudiantes por su localización- donde aún perduran en el mismo lugar nuevas escuelas, donde la comunidad a través de mí, compró diez tareas de terreno a Ulpiano Cedano –Piano— previendo el aumento de la población escolar,- para llevar la noticia a las maestras, quienes al verme me abordaron “maestro se está paleando, dijeron las profesoras Marcelina República Argentina –Negra-, Rolffot y Rodríguez, Mélida Pion de Dalmasí y Carmen Dolores Rijo de Cedeño –Mimí-, mi finada esposa.

Contesté que el jefe estaba dirigiendo las tropas dominicanas personalmente, que no había peligro en seguirlo. Despachados los muchachos de la escuela, me dijeron “maestro usted no se va para la población como lo tiene pensado, porque la cosa no está para andar de noche”.

Mi viaje era en una bicicleta de barra de media vida, que compré para hacer el viaje de Santana a Higüey, porque después de las cinco de la tarde no pasaba carro hacia la ciudad, ya que los últimos que venían de Ciudad Trujillo, eran Vicente Ramírez Strazzula, Osiris Chevalier, Macho Lara, Adolfito Morales, y Nenito Montilla, dueño del hotel Don Carlos, que siempre pasaban con el tic, tac, del reloj de las cinco, o de las cuatro y media de la tarde.

“No objeté la oposición, aunque ganas no me faltaban de ir averiguar con Arévalo Cedeño, los detalles de la invasión, pues ya en la invasión de Luperón, en 1949, él me explicaba detalles desconocidos por mí”.

No objeté la oposición, aunque ganas no me faltaban de ir averiguar con Arévalo Cedeño, los detalles de la invasión, pues ya en la invasión de Luperón, en 1949, él me explicaba detalles desconocidos por mí, pero eran tres mujeres las opositoras al viaje y es imposible romper las voluntades de las damas amigas, y la mujer, esposa y madre a la vez con un año de casado.

Esa fue una noche inquietante, en la que mi mujer me llegó a decir, “¿eres tú el que está en el monte peleando?”.

Pero imagínese lector, que lo que teníamos para alumbrarnos era una lámpara de gas con tubo, y leer con su luz era mortificante, porque para evitar el escozor producido por las punzadas de los mosquitos, teníamos que introducirnos debajo de un mosquitero.