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CARACAS, Venezuela. Cientos de miles de venezolanos, más de un millón, según varias fuentes, buena parte de ellos vestidos de blanco, se desperdigaron en las tres avenidas elegidas para la llamada «Toma de Caracas», en donde el jueves confluyeron ríos humanos desde distintos puntos de la ciudad.
La oposición venezolana respondió así con una gigantesca demostración cívica a las acusaciones del gobierno, que quería convertir la marcha en una acción «subversiva» en busca de un «golpe de Estado terrorista».
Hubo mareas incesantes de gente que accedía desde todos lados, incluidas las zonas más populares de la ciudad.
Entre todos ellos destacaban los llegados desde el interior del país, pese a los obstáculos y la intimidación oficialista, que se agudizaron durante la noche y la madrugada previas.
Fue una jornada histórica que Nicolás Maduro difícilmente olvidará, pese a que el gobierno subvaloró su dimensión al afirmar que no sumaban más de 30.000 personas.
La marcha, convocada para reclamar que se apure la celebración del referéndum revocatorio contra Maduro, superó las expectativas de los organizadores, que calcularon al finalizar entre 450.000 personas y un millón (los más optimistas).
El canal NTN24 también apostó por el millón de personas y así lo reseñaron agencias internacionales. Para el gobernador Henrique Capriles, el principal promotor de la protesta, fue la mayor concentración de la historia de Venezuela.
El éxito de la megamarcha animó a la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) a hacer público un nuevo programa de protestas durante las próximas semanas, e incluso convocó a un cacerolazo nacional.
«Es la hora del pueblo, tiempo de recuperar la democracia. Aquí no sobra nadie. ¡Viva Venezuela!, ¡Viva la libertad!», clamó Jesús Torrealba, secretario ejecutivo de la MUD, ante sus seguidores tras confirmar que esta solo es el la primera de una serie de protestas.
Escoltado por Capriles, por el presidente parlamentario, Henry Ramos Allup, y por dirigentes de los partidos que integran la alianza multicolor, Torrealba anunció que el 7 de septiembre volverán a las calles con una protesta de 6 horas frente a todas las sedes regionales del Consejo Nacional Electoral (CNE). Una semana después la protesta se llamará la «Toma de Venezuela» y se realizará en todas las capitales del país.
«Que el mundo vea el miedo que tiene Maduro a un pueblo en la calle y al revocatorio. Que el gobierno se busque otro asesor, porque quien le dijo que cerrando las vías iba a desmoralizar a la gente se equivocó, el efecto fue totalmente el contrario», destacó Capriles.
La oposición necesitaba demostrar en la calle su aplastante victoria en las elecciones parlamentarias de diciembre pasado y también recoger el rechazo generalizado que suscita la figura de Nicolás Maduro (el 65% votaría por su salida del Palacio de Miraflores, según la última encuesta de Delphos).
En las últimas marchas para protestar contra las maniobras del CNE solo había conseguido reunir a unos cientos de seguidores, algo que no ha pasado inadvertido para los estrategas del gobierno.
En otras capitales regionales también se produjeron «tomas» más modestas, como en San Cristóbal, capital de la fronteriza Táchira, donde se registraron incidentes al finalizar, con más de 20 heridos.
También en Caracas un pequeño grupo de radicales se enfrentó a la Policía Nacional Bolivariana, una vez acabada la marcha. La MUD había exhortado a sus seguidores a abandonar las calles, tras encontrar la presencia de infiltrados.
La reacción de los agentes fue tan contundente como de costumbre, y abortó los intentos de un grupo de jóvenes de cortar el tráfico en la autopista. Según el Foro Penal, fueron detenidas unas 40 personas.
«Es obvio que la capacidad de movilización de la oposición es sustancialmente superior a la del gobierno y quedó más que explícito para todos», sentenció el analista Luis Vicente León, presidente de Datanálisis.
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