viernes, julio 26, 2024
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PINCELADAS / Siete de julio, pinceladas de una vida

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Ernesto Rivera (DUKE) / redaccion@editorabavaro.com

El magisterio

Terminado el bachillerato y como había sido siempre tenido como buen estudiante, la dirección del liceo me pidió que comenzara a laborar allí de inmediato como profesor. Acepté y fue así como mis compañeros de tercero, promovidos al cuarto curso, pasaron a ser mis alumnos.

Lejos estaba de mí al aceptar que tendría que ser hacer de bateador emergente. Imagínate qué responsabilidad, ante estudiantes de mentes brillantes como Domingo Tavárez, Homero Pumarol y Carlos Báez, entre otros.

Ellos me recuerdan con cierta sorna que fueron discípulos míos y que yo soy mucho mayor que ellos, aunque sé que hay quien me lleva algunos días y quizás hasta algunos años. Yo les digo que menos mal que a pesar de ello no me veo tan mal del todo.

Es sí, yo puedo sentirme orgulloso de haberlos tenido aunque fuera por pocos años como alumnos, porque todos han descollado en las distintas profesiones a las que se han dedicado: la Política, el Derecho, la Medicina, el Sacerdocio y la Educación, entre otras.

Lo de bateador emergente te lo digo, porque como maestro en un liceo donde había más profesoras que profesores tuve que trabajar casi con todas las materias, aún con las que n me gustaban. Si una profesora rechazaba alguna materia que se le hacía difícil, iba a terminar en mis manos.

Allí tuve por tanto que enseñar física, química, literatura, geometría y trigonometría, historia, biología y si mal no recuerdo hasta filosofía y latín, porque olvidaba decir que además del Cuarto de Naturales, hice también el de Filosofía y Letras.

De esta época recuerdo unas alumnas terriblemente traviesas, que por ser casi de mí mismo tiempo nunca me tomaron muy en serio y lo peor que todavía no me respetan para nada: Carmen Luisa Valdez, Nuris Pumarol y Musetta Báez Julián. Las tres jugaban con mis orejas (que eran intocables), muy chiquitas y se me ponían como brazas cuando me las tocaban. Hoy todavía las pocas veces que solemos encontrarnos, lo primero que me preguntan después de tantos años es, si me acuerdo de aquellas travesuras y si todavía las orejas se me calientan.

Carmen Luisa con todos los años que carga encima no acaba de madurar. Lo de respetarme ni soñarlo y a veces me toca hacerle de chofer, y me acusa encima de mal conductor. ¿Qué te parece?

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