OSCAR QUEZADA
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Siempre estaba activo. ¿Apagado en asuntos laborales? No, qué va, si parecÃa un correcaminos en aquella sala de redacción donde compartimos una y mil experiencias.
Sacudidas emocionales, turbaciones; el tranque, el estrés que caracterizan la traumática hora del cierre de un periódico.
Y qué irónico, porque me dicen que aquel azaroso dÃa estaba igualmente presuroso. Que caminaba rápido, y sin detenerse un solo segundo, doblaba esquinas y saludaba sin soltar su teléfono celular, como solÃa hacer en el periódico. Oh, Dios, cuantas rabietas contigo Enfry, cuando te hablábamos y, por estar entretenido mirando y subrayando páginas, no nos daba el espacio para colocar nuestras historias. Y tú te enfadabas, por supuesto que te enfadabas. Pues, era muy grande tu responsabilidad.
A Enfry le correspondÃa la peor parte del trabajo de un periódico: terminar la edición del dÃa siguiente y garantizar que el producto saliera decente para los lectores. Por eso siempre andaba rápido y apenas tenÃa tiempo para un espontáneo â??okeyâ?.
Recuerdo aquellos dÃas, cuando juntos cerrábamos el periódico El Caribe, él como jefe de redacción y yo como reportero. Uno de esos dÃas tuve que apelar a su innegable gentileza. Le solicité que debÃa despacharme temprano, porque querÃa tener mi familia, mi esposa, hijos, antes de que mis dÃas terminaran en manos de un maldito que no sabe cuánto me ha costado mantenerme vivo.
â??Don Oscar (nunca me tuteó), de mañana en adelante saldrás más tempranoâ?, me prometió. A partir de ese dÃa, en vez de irme las 11:00 de la noche, salÃa del periódico a las 10:30. â??Okey, váyase; yo me encargo de lo que paseâ?, me decÃa cada noche.
Asà era Enfry, no un ser humano perfecto ni mucho menos. Tampoco creo que aspirara serlo. Pero fue sensible ante las injusticias y el dolor ajeno; respetuoso y con una cualidad escasa entre los humanos: era un hombre de principios.
Su amor por los niños y los animales era otra de sus más reconocidas cualidades. Me preguntaba casi a diario por mis hijos. â??Qué bueno. Me alegra oÃr esoâ?, me respondÃa, cuando le decÃa que estaban bien.
El jueves pasado, me llamaron para decirme que Enfry decidió marcharse a ese lugar que solo conocemos por referencias. Al dÃa siguiente, un viernes de esos que pudo estar trabajando en algún texto de interés noticioso, lo vi sin prisa; metido en una caja, inerte. Estaba muerto. Decidió su propia muerte. ¿Qué más decir?