ANDRÃ?S DÃAZ ARRIAGA
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Para comenzar las festividades, se partÃa de la casa de doña Simeona del Rosario, en la calle Palo Hincado No. 96, del barrio El Retiro, a las 8:00 de la noche, en una procesión integrada en su mayor parte por mujeres de edad, hasta la casa de Niño, en Rincón. De inmediato, comenzaban las oraciones, hasta más o menos las 9:00.
En la mitad de la casa, en forma de iglesia, Nino tenÃa un enorme altar con imágenes, principalmente la SantÃsima Cruz en la parte más alta y debajo la Virgen de La Altagracia.
Completaban el altar, numerosas imágenes de santos y vÃrgenes que vendÃa al mejor postor. En el patio, habÃa una enramada grande, en la que después de los rezos iniciaban las fiestas de atabales, hasta la madrugada.
Para su fiesta, Nino invitaba a los mejores tocadores de atabales que podÃan aparecer en la región Oriental, quienes permanecÃan los nueve dÃas en su casa.
La gran mayorÃa de las personas que se integraban al baile de atabales eran campesinos de mediana edad y mayormente mujeres que vivÃan en los alrededores de la ciudad o que venÃan de los campos.
Los residentes en el centro o la periferia, nos limitábamos a mirar. Era muy raro que un pueblano tomara parte en el baile, pero participábamos y gozábamos.
Entre las campesinas que más gustaban del baile, que con más devoción y ritmo bailó atabales desde muy joven, hasta casi los 100 años, cuando falleció, fue Emeteria Mercedes.