martes, noviembre 26, 2024
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La desconfianza y el porvenir de La Mina

MICHES. (Gustavo A. Román/Especial para El Tiempo). La Mina es un paraje del Distrito Municipal El Cedro, en Miches. Es, junto a Hicaco Blanco, la comunidad más cercana a la zona turística de Playa Esmeralda, principal para el desarrollo hotelero e inmobiliario de este novel destino turístico.

Su nombre deriva de la presencia de oro en el área. Cuentan los mayores que, en la época de Trujillo, el Estado dominicano se benefició de manera importante de la extracción de oro en esta zona. Cada viernes, una goleta viajaba a Miches a recoger el cargamento de la semana, y las costas de Miches tenían designado un capitán para su seguridad, cuando en la provincia el militar de mayor rango era un teniente, según compartiera conmigo Jorge de León, amigo oriundo del municipio.

En la actualidad la extracción de oro se limita a esfuerzos individuales de algunos comunitarios, que de manera muy rudimentaria (y peligrosa) excavan profundos túneles para lavar la tierra, con la esperanza de que algún día consigan una pequeña pepita que aliviará las necesidades del mes. No pasa muy frecuentemente, sin embargo.

Poco a poco, la atención de los pobladores de La Mina escapa de la realidad aurífera de esa tierra, dedicada además a labores agrícolas como la producción de ganado, cacao, ñame y arroz, y en menor medida a la pesca en la Laguna Redonda, y se enfoca en el desarrollo turístico de su demarcación. Hoy podemos encontrar, incluso, un aparta hotel y un parador en el corazón del pequeño pueblo, con niveles de calidad tan altos como cualquier otro del municipio.

Mil 160 millones de dólares es la inversión privada proyectada para los próximos años en la zona, acompañado de la necesaria inversión pública para la mejora de accesos, seguridad, abastecimiento y manejo del agua, y gestión de los residuos sólidos.

PREOCUPACIONES

A pesar de esto, la población general de La Mina no parece esperanzada. Le preocupa el estado precario de su escuela básica, donde ya los maestros, estudiantes y padres no se sienten seguros, pues la filtración hace que pedazos del techo se desprendan y caigan en medio de cualquier instrucción. Les preocupa además el deterioro de sus calles, y que no existan espacios para el esparcimiento social, de niños, jóvenes y adultos. Quisieran un parque infantil, y mejorar la cancha deportiva.

Les preocupa sobre cualquier otra cosa el crecimiento descontrolado de la población, producto de la inmigración que llega a la zona a trabajar en la construcción, y la dificultad que tiene el gobierno local para ordenar el territorio, que amenaza con reducir la calidad de vida de sus pobladores y deprimir el valor de sus propiedades.

Miches

Se pensaría que ante tanta preocupació1n las instituciones de auto-organización de la ciudadanía están haciendo reuniones de emergencia y planificando la solución de estos problemas. Que los líderes comunitarios se han empoderado para llamar la atención de las autoridades con propuestas de trabajo conjunto, y que a través de las estructuras de participación política, se están priorizando planes que tomen en cuenta la problemática que afecta la forma de vida de estas comunidades.

En nuestro país, y esto es una situación generalizada, se ha promovido muy poco, o nada, el empoderamiento social comunitario. Escasas estructuras de participación civil funcionan en el municipio de Miches. Y qué decir de la pequeña comunidad de La Mina.

El partidismo anula cualquier capacidad de accionar en pro de los intereses colectivos, y se limita a aplaudir cuando está en el poder y criticar cuando está en la oposición, sin el más mínimo sentido de lo que conviene al grupo, a la comunidad. Es el secuestro del interés social por el sistema político que está llamado a reivindicarlo.

Sin embargo, lo más grave es la participación de los propios comunitarios en los problemas que los aquejan. Cierto es que ha hecho falta mayor inversión por parte de los gobiernos nacional y local, pero han sido los propios mineros quienes han decidido ubicar negocios en las aceras públicas, o meter a vivir 10 y 15 personas en una casita de dos habitaciones y un solo baño, en procura del pequeño alquiler que esto les agencia.

O construir de manera desordenada, sin respetar los espacios para la construcción de accesos, calles y carreteras. Quienes estuvieron ausentes durante años de los encuentros de padres en la escuela, para apoyar a la solución de un problema creciente que llevó la infraestructura a casi una situación de colapso.

Esta incapacidad de identificar y aceptar el papel de las comunidades en su propio desarrollo, o falta de él, herencia de la forma en que como nación nos hemos organizado política y socialmente, junto a un deficiente sistema de educación pública, es la principal dificultad para lograr el necesario empoderamiento social.

Las comunidades, y sus líderes, adoptan una posición pasiva frente a su desarrollo, y relegan al sector público y privado la solución a los problemas que, en gran medida, han creado. Sienten que organizarse y tomar decisiones como colectivo es imposible pues no existe una cultura de participación y mutua confianza, lo que corroe el capital social donde radica la fuerza comunitaria para lograr cambios para mejor.

Es también el camino corto. Resulta más sencillo entregarse al porvenir que empoderarse y generar cambios. Es más fácil quejarse por lo que no hace el otro que proponer soluciones viables. Vociferar consignas populistas y llamados al desorden social, que diseñar un plan de desarrollo coherente y viable. En fin, encontrar en las acciones del otro y no en las omisiones de uno mismo, las causas de la situación de todos.

EL RETO: DECIDIR SU FUTURO

Lo cierto es que ningún externo, sector público o privado, tiene la capacidad de generar desarrollo y bienestar en La Mina, hasta que la propia comunidad no decida asumir la responsabilidad por su porvenir y defender, incluso de ellos mismo, el interés colectivo.

Autores como Nicolas Carr han advertido sobre cómo el internet nos ha acostumbrado a obtener resultados rápidos, provocando que los seres humanos pierdan la capacidad de profundizar. Una especie de «fast knowledge» que como la comida nos hace adictos a las emociones rápidas, pero sin sustancia. Sucede así también con las comunidades, que se apartan de la raíz de sus problemas y sus posibles soluciones, para identificar el culpable más accesible en quien descargar las culpas de su mal obrar o inacción.

Así pues, se invierte mucho esfuerzo colectivo en transitar el camino de la denuncia, el reclamo y la exigencia, mismo que bien serviría para promover mediante la acción, la solución de los problemas que tanto se demandan. Pero, sin capital social sustentado en la participación ciudadana y la confianza mutua, será imposible generar las acciones que encaminen la solución de los problemas.

Y ante la incapacidad de trabajar juntos seguirán las quejas, las consignas y los neumáticos quemados, y entre el humo de la protesta que se disipa, la triste realidad hará evidente que fuimos incapaces de anteponer el interés común, al oportunismo individual que se metió al bolsillo el futuro promisorio de nuestros hijos, sin embargo, aún estamos a tiempo.