Una mirada al acompañamiento pedagógico
Paradójicamente, el docente dominicano tenía y sentía “pavor”, en vez de alegría o satisfacción, cuando de repente llegaban a las aulas los técnicos, tanto de los distritos como de las regionales educativas y de la sede del Ministerio de Educación. Se entendía que los visitantes eran sus “enemigos” y no unos “aliados”.
Por mucho tiempo, esas visitas, fueran para acompañar, supervisar o monitorear a los profesores en cuanto a la calidad de la labor educativa, creaban un ambiente “hostil”, por así decirlo, pues, en lo concerniente a los maestros, se les hostigaba con un sinfín de formularios y preguntas que, a juzgar por los resultados, parecería que habían sido instrumentados para docentes de otras latitudes y no para los nuestros.
Sin embargo, esa atmósfera aterradora y decepcionante a la vez, ha ido dando otro giro de forma sigilosa. La globalización, incluyendo el auge de la internet, han permitido que se tomen modelos pertinentes de otros sistemas educativos o corrientes pedagógicas para tales propósitos. Por eso y otras razones obvias, la manera de realizar el quehacer educativo también ha ido cambiado o, en su lugar, están “las buenas intenciones” para hacer lo posible, al menos.
A mi juicio, cuando en la actualidad se habla de “monitoreo”, “supervisión” o “acompañamiento pedagógico”, el grado de aceptación o reciprocidad entre los técnicos, los coordinadores y los docentes, es mayor, incluso, en los discentes. Esto, debido a la humanización del proceso, además del análisis depurado con que el oficio está siendo realizado y contextualizado. Tales actores, tanto el acompañante como el acompañado, han emprendido hacia un mismo fin, no sin antes fortalecer los medios. Y he ahí el meollo: la forma y los medios con que se cuenta al momento del acompañamiento.
En suma, quienes realizan el acompañamiento pedagógico a los que están bajo su jurisdicción deben hacerlo como profesionales dignos de la vocación a la que fueron llamados y por la que son remunerados, sabiendo que su presencia en el proceso de aprendizaje es servir de puentes no de barreras, no un obstáculo que impida el fluir académico y científico de las humanidades.