A nadie extrañó que las redes sociales volvieran tendencia la entrevista realizada por Sergio Carlos, en su Antinoti, al presidente Luis Abinader. Fue un diálogo fluido salpicado con las tensiones que generan las preguntas incómodas a un entrevistado, y más aún si es un jefe de Estado.
Todos opinamos. Unos dijeron que Abinader no debió exponerse a la picardía que Sergio Carlos le impregna a su propuesta televisiva, precisamente famoso por esa cualidad. Y otros felicitaron al primer mandatario por su decisión de enfrentar a Sergio en su propio terreno, sin miedos, separados solo por la distancia física del momento exacto de la entrevista.
Pero las críticas más feroces llovieron sobre el entrevistador. Y es entendible, porque en el quehacer periodístico nacional las preguntas incómodas son tan escasas, que cuando suelen aparecer, las preguntas mismas se vuelven noticias.
Sergio Carlos personaliza un estilo peculiar opuesto al esquema conservador y dócil de hacer preguntas con sentido periodístico en República Dominicana. Poner contra la pared al entrevistado no es el objetivo primario, pero tampoco está mal, si confluyen elementos que empujan la entrevista hacia ese destino.
No fue este el caso de Luis ante Sergio. La sangre nunca rodó hasta el río. Sarcasmo no es sinónimo de confrontación. Y si así hubiese sido, ¿qué? El gobernante solo debió actuar conforme las consecuencias de su decisión. Sabía a qué y adónde iba, y preparó un discurso para la ocasión.
En un diálogo periodístico enmarcado en preguntas y respuestas, si la pregunta es difícil o capciosa, desde la perspectiva del entrevistado, lo más aconsejable es responder, porque eludir lo coloca en desventaja. Y eso hizo el presidente, responder como quiso y pudo a cada inquietud de su entrevistador.
Todo fluyó como se espera de una entrevista no arreglada. Si forma y fondo se condicionan, entonces la entrevista se vuelve una escena guionizada con desenlace predecible. El entrevistado iría en coche, montado en un comodín, y hablaría plácidamente de temas preseleccionados y libres de implicaciones.
El rol de un periodista es preguntar, preguntar y preguntar, esperando siempre respuestas que satisfagan las necesidades de información de las audiencias. Y si esas preguntas molestan, bendecidas sean las preguntas, porque avizoran respuestas interesantes o silencios elocuentes que también serán noticias.
El periodismo crítico, sin vicios, no necesita, sin embargo, apoyarse en insultos o frases con intenciones ocultas que desnaturalicen sus propósitos primarios. Hay formas inteligentes de ejercer este oficio, sin mancillar su esencia.