No debió ser así
En estos días he estado escribiendo sobre el contrato de concesión entre el Estado dominicano y Aeropuertos Dominicanos Siglo XXI (Aerodom), en el que le entregaron seis aeropuertos a esta última empresa para que los administrara.
Me llama poderosamente la atención cómo un Estado puede de manera tan a la ligera obsequiar sus terminales aéreas a un consorcio que, según mis indagatorias, no tenía la capacidad necesaria para dicha encomienda. Pero lo que más me sorprende, es que pasara sin pena y ni gloria frente a las narices de decenas de personas que tenían como responsabilidad salvaguardar los intereses de esta nación.
La concesión fue altamente criticada por algunos medios de comunicación, y años después volvió al tapete, cuando se habló de un ‘equilibrio económico’ para compensar las inversiones realizadas por dicho consorcio, que era aún más perjudicial para los intereses del país.
¿Qué pensaba que estaba haciendo el máximo representante del Gobierno dominicano en ese entonces? ¿Lo hizo plenamente consciente? ¿Nunca pensó en la repercusión de esa decisión?
Las respuestas a estas interrogantes me hacen pensar en patrañas e intensos cabildeos que llevaron a rubricar un negocio que solo benefició a unos pocos, a costillas de un Estado pobre como el nuestro, con marcadas y viejas carencias.
Aun hay tiempo de revisar ese contrato y poner cada cosa en su lugar. Quienes participaron en ese proceso de negociación también deberían ser investigados, hasta llegar al fondo de un acuerdo que hizo feliz a unos cuantos, en detrimento de un Estado que fue incapaz de defender los intereses de la mayoría.
Siempre queda en la memoria colectiva aquello de que los dominicanos somos aquellos aborígenes que los conquistadores engañaron en 1492, cuando les intercambiaron “espejitos por oro”.
Y como dice el refrán, “todavía viene Colón y haya”, lo que hace referencia a que como pueblo somos fáciles de engañar, aunque en el caso de las autoridades pienso que lo hacen con pleno conocimiento de cada consecuencia.