La literatura no solo es el «arte de la expresión verbal» (RAE). Es, además, el eje transversal de la expresión humana. Con ella, incluso antes de la aparición de la escritura, inicia la humanidad en sí, por así decirlo, sus leyendas, sus tradiciones, sus costumbres y sus historias, puesto que estas han quedado plasmadas de forma cuasi indelebles, no solo a través de las grafías de los diferentes alfabetos, sino también de mediante la literatura oral. Tanto el pensamiento como el hombre en sociedad han evolucionado y, por ende, este “arte/eje transversal” ha sido testigo fehaciente de ello en cada uno de esos cambios relevantes de nuestra existencia.
Como arte, pues, la literatura produce disfrute, goce y placer estético, por un lado; por otro, el medio por excelencia para las personas externar sus puntos de vista, sus ideas, sus opiniones; lo que piensan, lo que sienten y lo que creen. Dicho de otro modo, su cosmovisión.
En esa misma línea de pensamiento, el escritor y catedrático español Luis Racionero, reflexiona y afirma lo siguiente: «solo la literatura es capaz de expresar filosofía y estética, de inmortalizar caprichos o convicciones, creencias o fantasías, costumbres, pasiones y obsesiones.» Y añade una curiosa pregunta retórica: ¿Qué otro arte refleja talantes tan diversos, gustos tan opuestos? (Citado por Marcallé Abreu en el prólogo de La novela bíblica y el fin de la era de Giovanni Di Prieto, 2010).
Evidentemente, son pocos los contextos en los que la literatura no juega un rol primordial como vehículo para la difusión ideológica; dicho en otras palabras, la corriente filosófica, doctrinaria y científica, a la que posiblemente cada persona siente o tiene inclinación, es precisamente producto directo del “arte/eje transversal”, como le hemos llamado más arriba. O sea, esa dinámica, la convierte en un medio y un fin a la vez. Como diría el Apóstol, cuando filosofaba con los atenienses respecto a una cuestión teológica: « […] algunos de vuestros propios poetas han dicho […]» (Hechos 17:28).
En suma, la literatura no solo revolotea las emociones, también agita el espíritu y renueve el intelecto, tañendo toda la orquesta del quehacer humano.