Esperamos que sí
El año que ayer se despidió para siempre nos marcó a todos de alguna manera. Pero prefiero mirarlo desde la perspectiva de la cotidianidad colectiva. Comencemos por el impacto devastador de los eventos naturales extremos, como las inundaciones que azotaron la capital y otras regiones del país.
Estos episodios, agravados por el cambio climático, ponen de manifiesto la necesidad de adoptar medidas proactivas para mitigar estas emergencias. La fragilidad del entorno natural nos obliga a trascender la retórica y actuar con determinación.
La lucha contra la pobreza sigue siendo el gran desafío. Los programas sociales, si bien son una respuesta necesaria, no se perciben como solución a corto, mediano ni largo plazo. Esas ayudas son barriles sin fondo, que más bien contribuyen a perpetuar el clientelismo político.
La pobreza se combate creando fuentes de empleos con salarios dignos, pero también fomentando el espíritu emprendedor facilitando el acceso equilibrado al financiamiento para los micros, pequeños y medianos negocios.
Reducir la burocracia que sofoca las aspiraciones de quienes buscan salir adelante, es clave para propiciar el crecimiento económico inclusivo. En el ámbito de la salud, la construcción de hospitales es sólo una parte de la ecuación.
Abordar las deficiencias en la infraestructura sanitaria y fortalecer el sistema de salud, son tareas inaplazables si pretendemos superar las barreras que limitan el bienestar de nuestra población. Sin embargo, la verdadera transformación radica en garantizar el acceso igualitario a servicios de calidad para todos los dominicanos.
La educación, piedra angular del progreso, también exige atención prioritaria. La calidad de la enseñanza y la formación de un cuerpo docente capacitado son fundamentales para preparar a las generaciones venideras ante los desafíos de un mundo en constante evolución.