viernes, noviembre 22, 2024
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“Mi mamá subía el volumen del radio para que yo no escuchara el ruido de las balas”

MEDELLÍN, COLOMBIA. “Mi mamá me crió sin padre. Para mí, ella es una berraca (valiente); una heroína. Mi madre subía el volumen de un radio que había en casa, para que yo no escuchara el ruido de las balas”.

El relato es de David Andrés Zapata Alzate (Cachorro), un joven de 30 años residente en la Comuna 13 de Medellín, uno de los lugares más temidos e inseguros en la Colombia de los años 80’ y 90’.

El comentario de David evoca aquel tiempo en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) sembraron el terror en la parte centro occidental
de Medellín.

A finales de los años 80’, este grupo guerrillero mudó el Frente 47 a la Comuna 13 de Medellín. Desde este lugar, a las FARC-EP y otros grupos paramilitares le era más fácil controlar el comercio ilegal de armas y drogas, abriendo una ruta estratégica que conectara el ala occidental de Medellín con el océano Pacífico.

La cara de David se transforma al recordar que, de ida y vuelta a la escuela, al igual que otros niños, se encontraba con cuerpos sin vida tirados en las calles, producto de la violencia infernal que implantó el Frente 47 de las FARC-EP en la Comuna 13.

En esos años, el pánico cundía en cada ciudadano de Medellín. Era la misma época en que desde este municipio, perteneciente al departamento de Antioquia, Pablo Escobar hizo gala
de un poder jamás obtenido por una organización dedicada al narcotráfico en Colombia, y posiblemente en ninguna otra parte del mundo.

El alcalde actual de Medellín, Daniel Quintero, afirma que en los años 90’ en un fin de semana cualquiera en ese pueblo se registraban hasta 200 muertes violentas, como consecuencia de actividades criminales ligadas al narcotráfico. Haciendo el símil del antes y después, Quintero recordó que Medellín llegó a alcanzar la escalofriante cifra 400 homicidios por cada 100 mil habitantes.

FIN DE LA OPRESIÓN

David estaba pequeño, pero recuerda muy bien cada episodio de aquellos años oscuros en la Comuna 13. Mostrando su buena memoria, comenta que fue muy difícil lo que vivió esa
localidad aquel memorable octubre del 2002. Fue en este año cuando las Fuerzas Armadas de Colombia decidieron ponerle fin a la incursión del Frente 47 y otras milicias urbanas ancladas en esa zona de Medellín.

Por su importancia clave para el comercio ilegal, la Comuna 13 no sólo fue tomada por las FARC-EP, sino también por otros grupos paramilitares, como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y los Comandos Armados del Pueblo (CAP).

Tras el éxito de la Operación Orión ejecutada por el Ejército colombiano, esos grupos armados se desplegaron hacia otros territorios de Colombia. El Gobierno de Colombia, presidido entonces por Álvaro Uribe, pudo restablecer el orden y la tranquilidad que
la Comuna 13 había perdido durante décadas.

Fueron días intensos. Registros de la Corporación Jurídica Libertad indican que en la Operación Orión hubo 80 civiles heridos, 17 bajas cometidas por la fuerza pública, 71 personas asesinadas por los paramilitares, 12 personas torturadas, 92 desapariciones
forzadas y 370 detenciones arbitrarías.

Sin embargo, cifras extraoficiales afirman que en la Operación Orión murieron 79 personas y dejó un saldo de más de cien personas heridas. Los desaparecidos se calculan en más de
300, aunque los lugareños de la Comuna 13 consideran que este número
puede ser mayor.

Actualmente, el Gobierno de Colombia discute un acuerdo de paz con el ELN, y en el 2016 firmó el “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, concretado en Bogotá el 24 de noviembre de ese mismo año, luego de prolongadas rondas de negociaciones.

MUY DISTANTE DEL AYER

Con la desmovilización de las FARCEP, el ELN y los CAP la Comuna 13 se puso en el centro de los planes de reconstrucción de la Alcaldía de Medellín. Los ciudadanos de Comuna 13
decidieron pasar la página y convertir la otrora zona de guerra y violencia callejera en una localidad habitable, amigable y con un rostro distinto ante la comunidad internacional.

Lograron mucho más de lo que quizás imaginaron. Aquella tierra de sangre y violación de derechos humanos en todas sus manifestaciones es hoy una ruta turística obligada para todos los que visitan a Medellín.

Los que crecieron entre balaceras y caminando entre muertos, se sumaron de manera activa a los esfuerzos de las autoridades municipales de pintar de colores la cara gris de la Comuna 13.

David es uno de ellos. Es parte de un grupo numeroso de 200 guías que cada día comparten la responsabilidad de narrar a turistas de todo el mundo la interesante historia de transformación del lugar donde nació y aún vive.

El 70 por ciento de estos guías ya fue certificado por el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) del Gobierno de Colombia. Algunos de los niños que una vez sufrieron y lloraron
atropellos y desapariciones forzosas, son ya hombres y mujeres dedicados a diversas actividades productivas.

Este es su mayor orgullo: saber que vivieron una realidad amarga y todas sus crudezas, y no sucumbieron ante doctrinas ideológicas con matices criminales, no obstante experimentar la etapa más proclive para influencias y tentaciones.

UNA RUTA DIVERTIDA

“Cuando se vayan, díganle al mundo que logramos cambiar a Comuna 13”. Esto lo pidieron dos simpáticos trovadoras, quienes entretienen a los turistas cantando versos rimados con sorprendente improvisación. Así hablan todos en esa localidad.

En la Comuna 13 viven 160 mil personas, el 40 por ciento de ascendencia afrocolombiana. La inmensa mayoría de esos colombianos sustenta sus necesidades básicas del turismo histórico y cultural que diariamente disfrutan decenas de miles de visitantes.

En la Comuna 13 las casas de ladrillos fueron construidas en posición yuxtapuesta. O sea, unas encima de otra, muy parecidas a las favelas de Río de Janeiro, en Brasil, pero guardando gran diferencia con los altos niveles de seguridad que han logrado instaurar los habitantes de Comuna 13.

El recorrido inicia con una rica comida servida en un negocio familiar. El menú es variado, con el típico toqué que identifica el sazón latinoamericano. Bien cerca del pequeño restaurante, pasa una de las calles que componen la ruta establecida para mostrar a los turistas la transformación de la Comuna 13.

Un grupo de jóvenes, de entre 20 y 30 años, espera con sus bocinas listas para ofrecer un espectáculo de coreografías creadas por ellos mismos. Felices porque vencieron el peligro de las calles, se dejan llevar por una música urbana con elegantes pasos sincronizados que alegran a turistas de varias naciones.

Por esa misma calle, estrecha y encementada, la ruta guiada por David cruza una cancha de baloncesto que hace esquina con una discoteca. Este centro de diversión era un punto de compra y venta de drogas, cuyo control era disputado a tiros y machetazos por dos pandillas que vieron morir a varios integrantes.

“Pero ya eso es cosa del pasado”, afirma David, satisfecho. Las excursiones en Comuna 13 iniciaron hace alrededor de ocho años. La ruta continúa hacia arriba, siempre subiendo por callecitas muy empinadas, porque este asentamiento humano fue erigido sobre terrenos montañosos, en los años 70’.

En todo el trayecto, los visitantes son sorprendidos por pequeñas tiendas de bisuterías, ropas, sombreros, calzados, comidas, jugos, cervezas y rones, así como venta de helados artesanales, accesorios para celulares, collares y diseñadores de tatuajes.

El “plato fuerte” de la ruta turística en la Comuna 13 es una escalera eléctrica de 160 metros lineales, construida entre 2010 y 2012, con una inversión de seis millones de dólares. Es la obra cumbre de la Alcaldía de Medellín en esa comunidad.

Los turistas no paran de subir, porque de eso trata el atractivo principal. Mientras más se escala, en cada parada hay un negocio esperando o algo anecdótico para contar. Las crónicas de la Comuna 13 también están escritas en murales temáticos pintados por
sus protagonistas.

Más arriba, subiendo por las modernas escaleras, esperan otros empinados negocios y viviendas encumbradas, con gente alegre y laboriosa que viró a su favor el curso de la historia.

David se despidió sonriente y sudado, alzando su mano derecha y consciente de haber hecho un buen trabajo. Y retomó luego la marcha rumbo a su casa, ubicada en los picos más altos de la Comuna 13.

Oscar Quezada
Oscar Quezada
Soy un periodista que ama escuchar y contar historias, y con eso lucho cada día. Trato de hacerlo con relatos sencillos y entendibles para todos. Estudié en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).