PUNTA CANA.- La etapa de la adolescencia es como un segundo nacimiento en el que surge una vitalidad potente que nos lleva a desmarcarnos de nuestros padres para transitar hacia la autonomía de la adultez. Desde los 13 a 25 años ocurre un suceso importante: la remodelación del cerebro. Los estudios de neurociencias han registrado cómo aumenta la sensibilidad de neurotransmisores que conllevan a la búsqueda de novedad y gratificación en los adolescentes.
El cerebro superior (corteza prefrontal) encargado de las funciones ejecutivas como la gestión de emociones, el control de impulsos y la capacidad de dimensionar o calcular consecuencias, se están reconstruyendo para llegar hasta la forma y el funcionamiento propio de un adulto. Todo ello se debe a que la etapa de la adolescencia está orientada por pulsión por la expansión, conlleva a buscar lo nuevo y a desafiar lo existente. Todas estas son particularidades evolutivas que llevan los adolescentes a enfrentar muchos riesgos, al tiempo de sentir una fuerte necesidad de regularse bajo la influencia de sus coetáneos. Los padres en esta etapa perdemos protagonismo.
Reajuste de nuestras funciones parentales en la adolescencia
Como explicaba al principio, cada etapa viene con retos diferentes que nos reclaman, como progenitores, replantearnos nuestras funciones en la crianza. La adolescencia exige más que nunca cuidar la relación, cuidar del vínculo de apego seguro. Como siempre la invitación es a pensar por encima de todo en la manera en que nos relacionamos, en la calidad y la robustez del vínculo con nuestros hijos, en lugar de enfocarnos en su conducta. La doctora en psicología Inés Di Bártolo en su taller Apego y Adolescencia, resume esta idea mediante la frase, “poner el foco en qué hacer CON los adolescentes, y no CONTRA los adolescentes…” La dificultad central es orientar e influir sobre nuestros hijos en la etapa evolutiva en la que tenemos menos influencia sobre ellos, zanja la psicóloga y autora especializada en teoría del apego.
Es por tanto fundamental permanecer cerca, conectados para seguir influenciándolos en un período que tanto nos necesitan pero en el que al mismo tiempo reclaman independencia.
¿Pero cómo conseguirlo?, ¿cómo lograr mantenernos cerca sin ser intrusivos, cómo respetar la necesidad de independencia de nuestro hijo o hija adolescente sin tirar la toalla y abandonarlos a su suerte?
En primer lugar, Inés Di Bártolo remarca la importancia de cultivar, replantar, nutrir el vínculo de apego seguro entendiendo que como progenitores, hemos sido durante la infancia sus figuras centrales de apego, y que aunque los pasos del baile de este vínculo cambian con la adolescencia, hay que seguir bailando.
Las funciones principales de las figuras de apego son, en primer lugar ser refugio para proporcionar protección en los momentos de desregulación emocional (tristes, enfadados, con miedo, hambre, frío, dolor, etc.). En segundo lugar ser una base segura donde nuestros hijos sientan la seguridad de salir a explorar y volver cuando lo necesiten. Saber que pueden contar con nosotros incondicionalmente cuando necesiten volver.
Al ser más pequeños necesitarán recurrir con mayor frecuencia e intensidad buscar y obtener refugio en su base segura. Un niño que empieza a gatear sale a explorar la casa sin perder de vista a su mamá. Un adolescente se va por más tiempo a medir el río con sus propios pies acompañado por sus iguales, desmarcándose de sus padres, pero si hay un buen vínculo, siempre van a regresar a su base segura y privilegiada.
Ahora que los padres ya no somos tan atractivos como los amigos, nos toca promover los momentos de acercamiento, los espacios de encuentro para cultivar la relación de apego seguro. Podemos habilitar estas oportunidades con rituales, rutinas, espacios amorosos que propicien la conexión, comidas, paseos o salidas en las que podamos compartir desde el placer y no para sermonear, imponer, marcar a los adolescentes. Buscar la reconciliación después de una pelea, acercarnos a su mundo mostrando interés por lo que les llama la atención o les apasiona, tratando de entender cómo perciben la experiencia en sus mentes adolescentes, valorándolos y haciéndoles sentirse amados, aceptados y respetados incondicionalmente, poniéndonos a su servicio apoyándoles a conseguir sus sueños.