El nuevo bulevar de Higüey: lo mismo que el viejo… pero peor (1/2)
Gabino Santana Cedano
En “Las variaciones de la identidad” Carlos Martí Arís demuestra magistralmente como dos edificios pueden presentar apariencias completamente distintas, cuando en realidad al analizarlos a partir del “tipo” al que pertenecen resulta entonces que son exactamente lo mismo.
Es una teoría de la arquitectura idónea para entender la realidad de lo ocurrido en esta ciudad en torno a las dos intervenciones de la que ha sido objeto ese espacio público; históricamente conocido como La Avenida, pero rebautizado con el nombre de “bulevar”. Entre los cuales la actual Alcaldía se ha empeñado en establecer diferencias conceptuales como proyectos arquitectónicos denominando el suyo con el eufemismo de “Paseo turístico”. Con lo cual quedaría justificado como prioridad frente al enorme cúmulo de obras verdaderamente urgentes que la población reclama para su subsistencia.
Un esfuerzo absolutamente en vano. Considerando que; tanto en el primero, construido en los noventa contra la voluntad de la ciudadanía, y concretamente de los vecinos de su entorno inmediato que veían como el cambio de uso al que someterían ese espacio terminaría expulsándolos de su sitio de toda la vida como efectivamente sucedió; como en el segundo, calcado sobre las huellas del primero y a punto de ser inaugurado; la presencia de un conjunto de invariantes consideradas fundamentales en el proceso creativo del proyecto arquitectónico, revelan que en esencia ambos trabajos son exactamente lo mismo.
Son idénticos, en cuanto a que ambos desprecian el valor histórico que representa para ese tramo de la avenida La Altagracia ser el primer eje central de la ciudad. Trazado en 1508 para unir el núcleo de la recién creada villa de Salvaleón con la entrada a ésta situada en el Calvario de Las Tres Cruces, y donde una vez iniciado el culto altagraciano se realizaba el último trayecto de la peregrinación al Santuario de San Dionisio, según cuentan en algunos casos de rodilla. Un hecho de una gran riqueza histórico-cultural, con capacidad para impulsar un proyecto de rescate y puesta en valor del centro histórico de esta ciudad que tanto lo exige y merece. Sin embargo, en lugar de reivindicarlo y con ello engrandecerse a sí mismos, optan por negarlo y degradarlo al punto de orientar hacia él los traseros de la mayoría de las edificaciones.
Son idénticos, en cuanto a que ambos rechazan el uso natural y lógico de ese lugar, de ser un espacio público, libre y verde para el disfrute y aprovechamiento del conjunto de la colectividad; un pulmón necesario para reducir los efectos contaminantes, en una zona afectada de una profunda y creciente crisis de congestionamiento; un espacio para pasear, favorecer la movilidad peatonal, la conectividad entre los distintos barrios que le rodean y la interrelación social sana. Y lo convierten en cambio en una zona de uso comercial para su explotación económica. Además, en beneficio y aprovechamiento de un grupo especifico de la población.