PUNTA CANA, RD. Está visto que no evolucionamos mar adentro, continuamos sin abandonar el camino de la arrogancia y el oleaje comunitario no puede ser más violento, porque no hemos renunciado aún al estilo agresivo en el que nos movemos, en vez de adoptar una dócil corriente de entendimiento entre análogos.
Desde luego, si en verdad queremos poner remedio a este cúmulo de sablazos que nos lanzamos unos contra otros, ya sean los materiales como el hambre y las injusticias, o las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar, tenemos que ponernos a cultivar el amor con los brazos extendidos y el corazón ha de estar en guardia, para poder auxiliar a esa multitud de personas desfavorecidas por sistemas corruptos e inhumanos.
Ahora bien, a pesar de todas estas sinrazones, la mayor razón radica en reconocerse como pulso conciliador y pausa reconciliadora. Una ciudadanía que quiere revancha guarda sus heridas abiertas y no avanza hacia la paz, porque lo que resguarda es venganza. Ciertamente, a poco que exploremos los espacios terrestres, veremos que hay multitud de personas que muestran una fuerza grande por sobrevivir, en medio de tantas crueldades vertidas, con una inseguridad manifiesta en refugios improvisados, rodeados de escombros y aires injustos.
Tenemos que entrar en sanación, ante este continuo desgarre, sino queremos caer en el naufragio de la civilización; puesto que todos estamos bajo un mismo techo. Hay que fraternizarse; y, para ello, es menester cambiar de paso, ser personas acogedoras, que saben escuchar, comprender, acompañar y también estar junto con otros moradores para compartir.
Sin duda, esto ayuda a cicatrizar las heridas. En efecto, aquí está el futuro de la humanidad, en esa donación y en ese servicio incondicional, que es lo que en realidad refuerza el tejido de la amistad social y la cultura del encuentro. De entrada, no tengo derecho a decir o hacer nada que empequeñezca a un ser humano, la decencia nos la merecemos todos, hasta el extremo que fusilar un latido es un crimen contra su dignidad.
Por otra parte, es el momento de actuar para proteger la salud humana y del planeta de los nuevos retos ambientales y tecnológicos, a fin de no repetir errores del pasado. Nos toca, sin duda, crear otra realidad. Y al fin, y para siempre, recrearnos despojados de la ingratitud, de la soberbia y de la envidia