La economía mundial afronta un momento difícil y desafiante, como parte de las consecuencias generadas por el covid-19, y agravada por conflictos de carácter geopolítico que inyectan nerviosismo e incertidumbre en los mercados.
Los más reputados informes sobre la perspectiva económica mundial coinciden en que las nuevas oleadas de infecciones, la volatilidad en las cadenas de suministros y las crecientes presiones inflacionarias resurgen como elementos que definirán un nuevo escenario en medio de la pandemia.
Desde el pasado año, analistas y estudios publicados sobre esta temática advirtieron de estas consecuencias para la economía mundial, cuando indicaban que el final de los estímulos económicos y fiscales podría repercutir de manera negativa para los países beneficiados con esta gracia.
Y luego hicieron presencia otras secuelas que igualmente alteran las proyecciones de estabilidad y crecimiento al ritmo deseado por los estados, como altos niveles de endeudamiento y el inusitado encarecimiento del transporte marítimo de mercancías, lo que a su vez impacta directamente al consumidor final.
Desde ya se insinúa que un desenlace inesperado del conflicto entre Rusia y Ucrania, con Estados Unidos como jugador de primera línea en esta confrontación, podría disparar los precios del barril del petróleo, el gas y otras materias primas.
En el ámbito local, el Banco Central dispuso un tercer aumento de su tasa de política monetaria, lo que se inscribe dentro de las medidas restrictivas para contener una eventual escalada inflacionaria que pueda revertir los esfuerzos para estabilizar nuestra economía.
La realidad descrita nos obliga a afianzar y desarrollar una política fiscal y monetaria ajustada a los cambios que nos impone este escenario mundial.