Escribir el hoy 2/2

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Esa puesta del astro rey del universo, es quizás la experiencia que menos percibimos y sin embargo ayuda a tener conciencia del valor de la vida, abrir los ojos, sentir ese universo de colores, los olores de las mañanas.

Navegar en los mares cotidianos, y escribir con los pies, un mundo por conocer, sin que nadie interrumpa la maravilla de vivir. La escritura, sin las convivencias del diario mirar: son vacía, no tienen nada. El escritor o quienes tienen el oficio de contar historias, llevan una carga de la imaginación muy pesada sobre sus hombros.

Escribir, es mirar, leer el mundo sin la prisa de un día, y llenarse de sorpresas. El día que esa sorpresa no te sorprenda, a quienes las escriben, se habrá perdido el entusiasmo de escribir, se habrá ido la magia de sentir el vuelo de los pájaros en circo, de escuchar el mar en su rumor.

El vivir de un escritor, es robar nombres, vidas, es contemplar la forma de pensar, el hablar de sus personajes y plasmarlos sobre el papel en blanco o en las pantallas de las computadoras. Es observar el mundo a través del cristal de un dron, que vuela sobre los techos de las casas: ver sus habitaciones, sus personajes, sus baños, sus cocinas, los colores, sus formas de vestir, de caminar, sus alegrías, sus odios, sus deseos, sus insomnios y su partida a otro mundo.  

Escribir el hoy, duele, acosa el dolor, porque es ver irse cosas a nuestros alrededor y tener la conciencia de lo que tenemos y perdemos cada segundo de la existencia. El escribir el hoy, es no apegarse a la nada. Es jugar en convertirse en un pequeño Dios. Es darles vida a las cosas, con las palabras. Esas palabras del uso cotidiano, que al salir de las bocas forman un mundo para crear espacio de la vida.

Las cosas, sin las palabras, nunca existirían en la imaginación de quién nunca la ha visto. Las palabras son las piedras filosofar del saber. Es la fuente de la imaginación que nos permite  ir más allá del alcance de lo que vemos y escudriñamos  en los libros solitarios en una habitación llena de fantasmas y de autores que suelen sugerirle personajes antes descritos por otros escritores.

Hay que darle pedal al vivir, para poder escribir, con párrafos sin los rostros de fantasmas, ni los espejos despoblados de rostros en cada vida. Vivir, escribir, sobre las cosas, es darles vuelo a las imágenes y repensar el hoy, para que pueda servir en el presente y guarde en sus páginas calladas el futuro que vendrá.

Escribir el hoy: es jugar un poco a escaparse en el tiempo en que vivimos y olvidar un poco el amigo que se fue.