martes, noviembre 26, 2024
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Desarrollan técnica para medir y evitar daños de un evento cerebro-vascular

ESPAÑA.- Solo en España más de 110 mil personas sufren un ictus. De estas, un 15% termina falleciendo y un 30% logra sobrevivir, pero sufriendo secuelas graves. Sin embargo, más de la mitad consigue recuperarse. El punto de inflexión entre estos casos se encuentra en los primeros momentos y cómo se reacciona. Si el paciente obtiene el diagnóstico adecuado y se monitorizan los daños que está sufriendo durante las primeras horas, los médicos todavía pueden hacer algo. La clave está en que entiendan lo que ocurre en el cerebro.

En un lapso de unas horas, varias de estas ondas producirán daños irreversibles en un volumen creciente de la corteza cerebral, por lo que se considera una ventana de tiempo crítica para que el equipo médico intente salvar el tejido y reducir el daño neurológico o, en un gran número de casos, la muerte.

En los hospitales, la extensión del tejido cerebral dañado se controla mediante «tiras» de electrodos colocados en la superficie del cerebro. El área donde se pierde la actividad eléctrica (EEG) se extiende gradualmente debido a lo que se llama depresión propagada, y la extensión de esta área silenciosa (EEG plano) ayuda al médico a determinar cuándo y con qué estrategia intentará proteger el tejido cerebral.

En este estudio, el equipo del Dr. Herreras del Instituto Cajal-CSIC, en colaboración con grupos de la Universidad de Aix-Marsella y de la Universidad de Medicina de Berlin ha descubierto que el tejido cortical que todavía muestra actividad EEG puede, de hecho, ya estar sufriendo una muerte irreversible de las capas neuronales más superficiales de la corteza. La actividad que se registra se propagaría pasivamente desde las capas inferiores de la corteza. Sabiendo esto, el clínico debe reajustar el tratamiento y los tiempos de respuesta para evitar llegar demasiado tarde.

Estos hallazgos se han obtenido mediante una compleja técnica biomatemática de análisis de potenciales eléctricos cerebrales, previamente optimizada en animales de experimentación en Madrid, que permite separar y “ver” la actividad de diferentes capas neuronales. Los hallazgos desafían el concepto de extensión de la depresión del EEG como un indicador estricto de tejido que ha muerto. Los autores aconsejan repensar los criterios y quizás la práctica en el seguimiento y tratamiento del ictus.