La temporada ciclónica es un evento anual que mantiene expectantes a todos los pueblos ubicados en la llamada ruta de los huracanes, y eso ha sido así por los siglos de los siglos. Es por esta razón que todos los caribeños tienen bien sabido qué son las tormentas y sus diferentes denominaciones. En otras palabras, se sabe a lo que se podría estar enfrentando cada año desde del 1º de junio hasta el 30 de noviembre.
Pese a todos estos conocimientos acumulados durante siglos, con informaciones que se han traspasado de generación ha generación, y pese a los adelantos tecnológicos puestos al servicio del estudio de los fenómenos atmosféricos y sus movimientos, los habitantes de la República Dominicana, repetimos una y otra vez los mismos errores. Las lluvias caídas, lejos de ser un proceso visto como normal, terminan siendo un dolor de cabeza por las inundaciones y la pérdida de objetos materiales y lo que es peor, la pérdida de vidas humana, muchas veces, fruto de la imprudencia.
El paso del fenómeno atmosférico Franklin, recientemente, expuso la falta de civismo de una parte ruidosa del pueblo dominicano. Teteos en populosos sectores, gente bañándose en el mar en plena tormenta, lanzamiento descarado de basura en la correntía de aguas, y luego…las inundaciones. A todo eso sumamos la falta de un trabajo constante y sistemático de parte de los cabildos para, simplemente, destaponar imbornales y alcantarillas y garantizar así el flujo del agua de las lluvias hacia ríos, arroyos y cañadas. Sin embargo, el problema no es sólo de los cabildos, la ciudadanía es también parte responsable. Durante muchos años se han realizado trabajos de concienciación en torno a este problema, pero nada ha cambiado. Es vergonzoso ver cómo, en cada lluvia tenemos que repetir las mismas historias y eso es ya como llover sobre mojado.