Distracción
La política del espectáculo es un fenómeno arraigado en la sociedad actual. Este concepto, acuñado por el filósofo francés Guy Debord en su obra «La sociedad del espectáculo», alude el ejercicio político que se vale de artimañas discursivas para captar atención de las masas y distraerlas de los verdaderos problemas que afectan a la sociedad.
La política del espectáculo nos aleja de una experiencia directa y auténtica de la realidad, y nos sumerge en un mundo de imágenes y representaciones que distorsionan nuestra comprensión del mundo.
En esta era de la tecnología de la información, los políticos han comprendido el poder que tienen los medios de comunicación y el entretenimiento para influir en la opinión pública.
Es por eso que la política del espectáculo se encarna en personajes políticos convertidos en figuras públicas que se enfocan más en su imagen y capacidad de generar titulares escandalosos, que en involucrarse en problemas reales.
En lugar de debatir propuestas para soluciones efectivas, esa política se centra en difundir relatos huecos, ruidos fabricados y generar debates inútiles.
La política del espectáculo trivializa los asuntos públicos y convierte la política en mero entretenimiento. Además, este enfoque mediático de la política fomenta el populismo y la demagogia.
Se vale de estrategias para crear una imagen seductora, sin importar la falta de contenido o inconsistencia de sus planteamientos. Se privilegia la forma sobre el fondo y los discursos grandilocuentes suplantan los argumentos racionales.
La política de distracción debilita la democracia participativa, porque al percibir la política como un circo mediático muchos ciudadanos se alejan de la esfera pública, dejando que otros tomen decisiones trascendentales en su nombre.
Es crucial tomar conciencia de esta dinámica y promover un análisis meticuloso de la política del espectáculo. Debemos exigir a los políticos que se enfoquen en los problemas reales y presenten propuestas serias y fundamentadas, según las necesidades y expectativas de la población.
Ser consumidores críticos de esos mensajes amañados y mentirosos nos libra de ser presas fáciles de la frivolidad y el sensacionalismo deliberado.