PUNTA CANA, RD. A menudo, nuestras emociones negativas se descontrolan y, como se dice coloquialmente, “metemos la pata” en situaciones que parecen menores. Por ejemplo, ¿quién no ha soltado una mala palabra por algo trivial solo porque estaba muy hambriento después de una reunión que se alargó?
La razón detrás de estas reacciones exageradas suele ser el azúcar en nuestra sangre, especialmente la glucosa. Cuando los niveles de glucosa bajan, nuestro cuerpo intenta recuperarlos, lo que provoca una serie de reacciones.
La glucosa es vital porque es la principal fuente de energía para nuestras células, incluyendo las del cerebro. Sin suficiente glucosa, el cerebro no puede funcionar correctamente, y esto nos hace sentir débiles, irritables, mareados y con dificultad para concentrarnos. En casos extremos, una falta prolongada de glucosa puede llevar a un estado de coma.
Cuando no comemos, nuestro cuerpo libera hormonas para solucionar el problema. Una de estas hormonas es la grelina, que estimula el apetito para que comamos. Sin embargo, también aumenta la producción de cortisol, una hormona relacionada con el estrés, que ayuda a producir glucosa rápidamente descomponiendo ácidos grasos y proteínas almacenadas.
El cortisol afecta el funcionamiento del cerebro al alterar los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, que influyen en nuestras emociones y percepción del estrés. Por eso, cuando tenemos hambre, podemos sentirnos más irritados o enojados de lo normal.
No somos los únicos que experimentan esto; en un estudio con peces cebra, los investigadores encontraron que estos animales también se vuelven agresivos cuando tienen hambre.
