Periodismo y espectáculo
La digitalización democratizó la información, transformando al receptor pasivo en un agente activo. Hoy, cualquiera con un dispositivo móvil puede informar, opinar y moldear la opinión pública, permitiendo que voces marginadas enriquezcan el debate público. Sin embargo, este fenómeno ha generado gran descontrol en todo el mundo, afectando la credibilidad y los fundamentos éticos de la información. El periodismo exige rigor y compromiso con la verdad, pero las redes sociales han dado paso a una avalancha de desinformación.
Influencers y figuras mediáticas, muchas veces sin formación periodística, priorizan la inmediatez sobre la precisión, incluso rentabilizando tragedias humanas y banalizando temas que requieren análisis profundo. Esto atenta contra la función social de la información, permitiendo que rumores, sensacionalismo y descalificaciones desvirtúen la verdad. El problema no radica en la tecnología, sino en su uso. Las redes sociales, bien manejadas, pueden generar cambios positivos, pero la ausencia de un marco ético las convierte en terreno fértil para la irresponsabilidad y la perversidad.
La solución no es la censura, sino la educación. La alfabetización mediática debe ser prioridad en las políticas públicas para enseñar a discernir entre información verificada y contenido engañoso. Los medios tradicionales tienen el reto de innovar sin renunciar a sus principios éticos. Como sociedad, es nuestra responsabilidad consumir información de forma crítica. No todo lo viral es relevante o guarda relación con la verdad. Debemos reafirmar los valores del periodismo auténtico, y convertir la digitalización en un aliado para construir una sociedad bien informada y consciente.
Los periodistas, como guardianes de la verdad, deben ser los primeros en defender esos estándares y adaptarse a las nuevas exigencias de la era digital. Esto incluye incorporar herramientas digitales para verificar hechos, analizar fuentes y ofrecer información que, además de rápida, sea creíble.