La insensibilidad ante la tragedia constituye una inquietante tendencia en nuestra sociedad. A pesar de los sucesos trágicos que asolan nuestras vidas con alarmante regularidad, hemos perdido esa fibra sensible que debería incitar lágrimas, preocupación y solidaridad.
Recientemente, en un lapso inferior a 48 horas, tres mujeres perdieron la vida a manos de sus esposos, mientras otros ciudadanos encontraron un destino trágico en accidentes de tránsito.
Estos dos escenarios, tristemente comunes, revelan dos quebraderos de cabeza para el Estado dominicano: la violencia machista ejercida contra la mujer y la inseguridad vial, con alarmantes saldos de muertes y heridas cada año. La sociedad parece permanecer impasible.
La falta de reacciones colectivas resulta preocupante, pues sugiere que hemos normalizado estas situaciones aberrantes. En el caso de la violencia de género, la indiferencia puede ser atribuida a la complacencia de una cultura que ha tolerado durante mucho tiempo el abuso y la desigualdad de género.
Las cifras escalofriantes de feminicidios son reflejo de un problema sistémico arraigado en lo más profundo de nuestra sociedad. Pero no es suficiente señalar con el dedo acusador; debemos impulsar la conciencia colectiva y la acción solidaria para erradicar esta lacra social.
En cuanto a la inseguridad vial, la apatía frente a la pérdida de vidas humanas en accidentes de tránsito puede ser achacada a la creciente naturalización de la conducción temeraria y la falta de respeto por las normas.
La imprudencia en las carreteras atenta contra la valorización de la vida, y los accidentes son sólo meras estadísticas, en lugar de tragedias que trastornan familias enteras. Esta apatía ante la tragedia refleja una crisis en nuestros valores fundamentales como sociedad. Es también un indicio de la desintegración de los lazos comunitarios que deberían unirnos en momentos de adversidad.