PUNTA CANA. El rechazo del Estado dominicano a establecer un corredor humanitario para socorrer a los haitianos envueltos en una crisis espantosa es más que comprensible y se fundamenta en el derecho a rechazar cualquier intento foráneo de vulnerar nuestra soberanía Si bien la comunidad internacional, aunque lo niega públicamente, insiste de forma soterrada y mal intencionada en esta medida, su implementación sería insostenible, contraproducente con los intereses nacionales y perjudicial para la estabilidad socioeconómica de República Dominicana.
Haití enfrenta una situación desgarradora, con bandas armadas que controlan gran parte de su territorio. Son criminales desalmados que perpetran atrocidades contra su propia población. Los pandilleros con un poder inexplicable, porque nadie quiere o se atreve a destruir, tienen secuestrada la seguridad y la paz de la población haitiana. Dominan ya más del 80 por ciento de la convulsionada geografía de ese país. Matan sin piedad a la población civil, violan sexualmente a mujeres y niñas, saquean, roban y atentan contra instituciones estatales y privadas. Son los que propietarios de Haití, sin que nadie pueda o quiera controlar sus crueles embestidas.
Entonces, no es un segmento de la población la que está actualmente en condición vulnerable, sino toda esa nación. Haití está sitiado por el terror y la violencia infernal impuesta por asesinos que actúan a sus anchas, sin contraparte con poder o intenciones reales de combatirlos en su propio terreno. La propuesta de un corredor humanitario busca ofrecer ayuda a estos ciudadanos en crisis, pero se pasa por alto la realidad compleja que envuelve. Establecer un corredor humanitario implicaría aceptar a cientos de miles de haitianos como refugiados, muchos de los cuales buscarían establecerse permanentemente en República Dominicana.
Y no podemos ni estamos obligados a aceptar semejante imposición. Nuestro país enfrenta muy serios desafíos en términos de recursos y capacidad para atender a su propia población, así como a los millares de haitianos que de por sí residen aquí de manera ilegal, desde hace décadas. Aunque la solidaridad dominicana con Haití es innegable, no se puede ignorar la necesidad de abordar la crisis desde una perspectiva más amplia y sostenible.
La solución no radica únicamente en la acogida de refugiados, sino en abordar las causas de la crisis en Haití, como la inestabilidad política, la violencia y la pobreza, para garantizar que los haitianos puedan vivir donde quisieran, en su propia patria. En lugar de un corredor humanitario, lo que urge es que la comunidad internacional trabaje en colaboración con los gobiernos de la región y con los países que concentran el mayor porcentaje de la riqueza mundial.
Son esas naciones la que deben jugar un papel protagónico en encontrar soluciones que aborden las raíces del problema y brinden apoyo a largo plazo a Haití. Esto podría incluir iniciativas de desarrollo económico, fortalecimiento institucional y ayuda humanitaria coordinada por los países que aseguran están altamente preocupados por el futuro inmediato del país vecino. En tiempos de crisis, la solidaridad y la compasión son fundamentales, pero también lo son el pragmatismo y la responsabilidad. República Dominicana está dispuesta a colaborar, pero debe hacerlo reconociendo y respetando los límites de sus capacidades.
PREGUNTAS QUE NADIE RESPONDE
Es importante señalar que algunas teorías conspirativas sobre el conflicto haitiano sugieren interrogantes incómodas sobre la actitud de la comunidad internacional hacia la estabilización de ese país. Se plantea la cuestión de si existen estrategias efectivas dirigidas a exterminar los grupos armados que imponen el terror en cada rincón de Haití. Esta línea de pensamiento cuestiona si la ayuda ofrecida por la comunidad internacional se limita a meros gestos simbólicos. O si realmente se están implementando acciones concretas para abordar las raíces del problema y restaurar la paz y la seguridad en Haití.
Algunos críticos sugieren que hay intereses ocultos detrás de la aparente inacción de la comunidad internacional, alimentando especulaciones sobre agendas políticas o económicas que podrían estar obstaculizando una intervención efectiva. Estas teorías, aunque controvertidas, reflejan la desconfianza y la frustración de quienes observan con impotencia la devastación continua en Haití. A lo que apostamos es a que la crisis haitiana se aborde con transparencia y responsabilidad por parte de todos los actores involucrados. La comunidad internacional, en particular, debe demostrar un compromiso genuino con la estabilidad y el bienestar del pueblo haitiano, más allá de simples declaraciones de solidaridad. Esto implica acciones concretas para enfrentar a los grupos armados y trabajar en colaboración con el gobierno haitiano y la sociedad civil para construir un futuro más seguro y próspero para todos los haitianos.
DEL DICHO AL HECHO…
La propuesta de establecer un consejo presidencial de transición en Haití hasta que se puedan programar elecciones futuras es una medida que, en teoría, podría brindar cierta estabilidad y permitir un proceso político ordenado. Sin embargo, su efectividad dependería en gran medida de la disposición de todas las partes involucradas, incluidos los grupos armados, a participar de manera constructiva en el proceso de negociación y diálogo. Lamentablemente, la falta de voluntad de los grupos que imponen el terror en Haití para participar en negociaciones de buena fe socava cualquier intento de encontrar una solución pacífica y duradera al conflicto.
La persistencia de la violencia y la inestabilidad en el país sugiere que las raíces del problema son profundas y complejas, y que las fuerzas que actúan tras bastidores pueden estar obstaculizando cualquier intento de resolver la crisis con resultados alentadores. La falta de un plan de alcance integral para atacar el problema desde sus raíces más recónditas aumenta objetivamente las posibilidades de perpetuar la violencia e inestabilidad en Haití por mucho tiempo. Y más aún, hasta que no se despeje un conjunto de acciones y situaciones impulsadas por fuerzas poderosas que actúan tras bastidores. Y si la intención es forzar un éxodo masivo hacia República Dominicana, más equivocados no pueden estar quienes urden este plan macabro. Forzar un éxodo masivo hacia República Dominicana solo serviría para crear nuevas tensiones para ambas naciones.
En lugar de agitar soluciones que sólo empujan a que República Dominicana cargue la parte más pesada de un conflicto que no es suyo, la comunidad internacional debería centrarse en abordar las causas subyacentes esa crisis interminable. Mientras persista la falta de voluntad de las partes involucradas para comprometerse con un proceso de negociación significativo y constructivo, es probable que la violencia e inestabilidad continúen en Haití. Hace bien el Estado dominicano en proponer a la comunidad internacional que redoble sus esfuerzos para encontrar soluciones que promuevan la paz, la seguridad y el bienestar del pueblo haitiano. Pero sin atizar el horno con planteamientos, opiniones y sugerencias que intentan atropellar nuestra soberanía para decidir lo que más y mejor convenga a los intereses nacionales.