No pasa un día sin que algún funcionario o hasta el propio presidente Luis Abinader se vean compelidos a aclarar, desmentir o ratificar informaciones que, por no haber sido servidas con suficiente claridad y firmeza, han dado origen a un sinfín de interpretaciones.
Con marcada frecuencia, los ciudadanos se vuelven testigos involuntarios de evidentes contradicciones derivadas de la falta de cohesión entre funcionarios que hacen las veces de voceros ocasionales.
Al momento de informar alguna acción del Gobierno, esos portavoces improvisados atizan las condiciones para ser objeto de burlas y señalamientos mediáticos.
Además de los sinsabores que crea este desorden al presidente Abinader, esta situación proyecta la imagen de un Gobierno incapaz de definir una dinámica informativa coherente, en una sola dirección y confiada a la persona que tenga las habilidades y conocimientos requeridos para explicar a la ciudadanía el tema de que se trate.
Resulta difícil identificar el vocero de informaciones de carácter oficial en este gobierno, porque todos se auto confieren la prerrogativa de hablar y decir, a veces sin medir el alcance e impacto de sus palabras.
Este nivel de desorganización provoca que afirmaciones y planteamientos expresados sobre un mismo asunto se contradigan de manera seguida, dando riendas sueltas a justificados cuestionamientos de una opinión pública cada vez más confundida.
De no ponerle punto final a este festival de contradicciones y desaciertos, Luis Abinader podría encarar un ambiente de inestabilidad, desconfianza y falta de credibilidad incubadas dentro de su propio gobierno.