En países donde la clase política experimenta niveles superiores de madurez, los partidos de oposición desempeñan papeles protagónicos en la búsqueda de solución a situaciones o problemas que afecten a la colectividad.
Esta participación se expresa en propuestas y proyectos que son presentados al Gobierno, donde se desarrollan interesantes jornadas de discusiones sobre aspectos puntuales, echando a un lado las diferencias político-partidarias y priorizando la defensa de los intereses nacionales.
En muchas ocasiones, han sido los partidos de oposición quienes en esos estados han llevado la voz cantante ante la opinión pública para abordar temas vinculados a áreas fundamentales para el desarrollo nacional, como educación, salud, seguridad nacional, desempleo, seguridad social y migración.
En el extremo opuesto, están aquellas naciones donde los partidos centran su rol opositor en descalificar cada iniciativa del gobierno de turno, sin sumarse a los esfuerzos para rebasar dificultades que amenacen el bienestar común.
Hay quienes justifican este comportamiento alegando que la función de los partidos desde la oposición es convertirse en piedra en el zapato del enemigo político que en ese momento asuma el control de la cosa pública.
Es cierto, la lucha por el poder político justifica los medios. Pero en este análisis se pierde de vista que, como ocurre en otros ámbitos del poder, los métodos y estrategias para conquistar el favor de los ciudadanos también ha sido objeto de transformaciones significativas e incluso determinantes.
La población electoral se ha vuelto más rigurosa y volátil en su forma de evaluar y decidir su respaldo a los partidos con vocación de poder. Las acciones han ido ganando terreno al discurso estéril y repetitivo.