La educación es la base fundamental del desarrollo de una nación. Sin embargo, al iniciar hoy un nuevo año escolar, la realidad educativa en nuestro país vuelve a quedar al descubierto. Las precariedades abundan todavía dentro del sistema educativo nacional. Mientras las autoridades celebran avances en este ámbito, la situación en las comunidades más vulnerables sigue siendo alarmante. El propio ministro de Educación, Ángel Hernández, admitió la semana pasada que cerca de 5,000 estudiantes no consiguieron cupos en las escuelas para comenzar hoy sus clases.
Esto no es solo una cifra, sino más bien una clara e inequívoca señal de un sistema que sigue fallando en lo más básico: garantizar que todos los niños tengan acceso a la educación. En este medio, hemos denunciado las deficiencias del sistema educativo durante meses. Aunque el gobierno insiste en que hay mejoras, en muchas zonas del país estos avances no se perciben ni en lo más mínimo.
Hay niños que deben cruzar ríos sobre puentes maltrechos o caminar varios kilómetros para llegar a sus escuelas. Estas no son anécdotas aisladas. Es la prueba irrefutable de un sistema que, a pesar de los discursos, no está cumpliendo su misión. Es intolerable que en pleno siglo XXI sigamos enfrentando estas realidades. Las promesas de mejoras no pueden quedarse en palabras vacías. No podemos permitir que miles de estudiantes se queden fuera del sistema educativo, condenados a un futuro incierto. La educación debe ser una prioridad absoluta, no simplemente en retóricas embriagantes, sino demostrada con hechos concretos.
