En los últimos días, la sociedad dominicana ha sido estremecida por una nueva ola delincuencial, acompañada de la violencia escenificada entre parejas sentimentales, dejando una secuela de muertes y personas laceradas por el dolor emocional que deja siempre la pérdida de un ser querido en situaciones funestas.
Esta realidad obliga a volver a insistir en el valor de la familia como elemento fundamental y determinante para construir nuestro futuro como nación. Hoy, más que nunca, se hace necesario e impostergable trabajar para formar a las próximas generaciones que han de tener las riendas de nuestro pueblo.
Y esta tarea ha de ser permanente, y no una ilusión pasajera. Debe ser asumido como un proyecto de nación sostenible y concienzudo, donde exista una voluntad real de resolver problemas básicos que se desprenden de la descomposición de la estructura familiar.
Los dominicanos tenemos que actuar sin demora, y ser coherentes con la necesidad de asumir un compromiso nacional de repensar nuevas formas y estrategias para hacer de nuestras familias una verdadera institución, donde los principios y las buenas normas sean materias obligadas.
En distintos momentos hemos dicho que esta iniciativa debe estar directamente tutelada por el Estado, con políticas públicas que impliquen una visión transversal que trascienda situaciones meramente coyunturales, donde lo primordial sea combatir las causas de todos los males que surgen del comportamiento reprochable de nuestros ciudadanos y ciudadanas.
Tiene que ser una acción permanente, porque no es inteligente hablar de descomposición familiar solo cuando nos vemos acorralados por los altos niveles de violencia de género y delictiva, feminicidios, deserción escolar, consumo y tráfico de drogas, embarazos precoces o por conductas tan reprochables como la corrupción pública y privada.
De alguna u otra forma, cada uno de estos flagelos tiene su razón de ser en las debilidades que existen en las familias dominicanas, desde el punto de vista de la formación de sus miembros, aunque injusto sería atribuirle toda la culpa de las situaciones que nos afectan como Estado-Nación.
Lo que queremos significar es que más que cuestionar de forma implacable las consecuencias de estos males, debemos avocarnos a enarbolar la propuesta de que se asuma la tarea constante de concebir el concepto familia con un enfoque estatal, impulsado por un proyecto institucional creado para tales fines.
Esto así, debido a que al final de cuentas es en la institución familiar donde se forjan las conductas y actitudes que realmente definen el modelo de sociedad que tendremos.
Cruzar los brazos no resolverá un problema que crece como fuego en yerba seca.