La juramentación el pasado miércoles de alcaldes y directores distritales representa una gran oportunidad para encarar y resolver con determinación viejas deudas comunitarias pendientes desde hace décadas. El panorama que les espera es desolador: calles descuidadas, vertederos improvisados incluso en vías y avenidas importantes; espacios públicos invadidos por vendedores informales y una sensación general de abandono por parte de las autoridades locales.
Iluminación deficiente, escasez de mejoras en infraestructuras básicas, como el deterioro evidente y progresivo de aceras y contenes, son, además, situaciones que reclaman un abordaje serio y responsable. Aunque se trata de un escenario objetivo e innegable, somos testigos de la actitud reprochable de funcionarios municipales que de manera recurrente intentan justificar su inacción atribuyéndolo a la falta de recursos económicos.
Esta excusa no siempre puede ser aceptada en su justa dimensión, porque suele utilizarse como escudo permanente para tapar graves faltas gerenciales. Amén de que las limitaciones presupuestarias son comprensibles, el verdadero liderazgo de un servidor público consiste en tomar decisiones inteligentes, creativas y acertadas frente a problemas que afecten a la colectividad.
El mundo tiene ejemplos inspiradores de pueblos que lograron transformar positivamente sus realidades a través del trabajo arduo, la innovación y el compromiso con el bienestar común. Debemos vigilar, rechazar y cuestionar la inercia de quienes están obligados a resolver problemas ancestrales en nuestras comunidades. La ciudadanía también tiene un papel importante en este proceso. Debemos participar, sumarnos activamente en la misión compartida de escribir un nuevo capítulo en la historia de nuestros municipios.