MICHES, EL SEIBO. Era 2011, cuando junto a un equipo de la Fundación Reddom y Usaid visitábamos las comunidades de Miches para entender la dinámica agrícola y cómo podríamos contribuir con su evolución y crecimiento. Pascual, le decían al agricultor a quien estábamos entrevistando en La Gina de Miches, y nos contaba él que ya llevaba algunos años seguidos en que los ingresos no le permitían cubrir el préstamo, bien sea porque la productividad de la cosecha era insuficiente o porque los precios eran cada vez menos competitivos.
Ante tal escenario se me ocurrió preguntar: ¿Y por qué siguen produciendo arroz? A lo que Pascual respondió con una mirada fuerte, entre el descontento y la desesperanza, y luego de una pausa que me pareció muy larga dijo: ¿Y qué más vamos a hacer? Hasta finales de los años ochenta, la República Dominicana tenía una economía basada en la agricultura.
En general, desde entonces el sector agropecuario ha ido adaptándose, configurando una oferta a partir de aquella producción que representa menos riesgo, genera expectativas de mayor ingreso, o simplemente está de moda. Y a pesar del desarrollo del sector de servicios, a partir de los años noventa, predomina en una gran parte de la población dominicana una cultura eminentemente agrícola, ya sea por vínculo directo con la actividad o por herencia familiar.
Es más, existe un porcentaje amplio de nuestra población rural que solo se ha dedicado a la agropecuaria en el transcurso de toda su vida, es decir, que solo sabe hacer eso. En Miches tuvimos un primer gran intento por integrar la producción local al mercado turístico, y fue el proyecto de Inclusión Agrícola a la Cadena de Valor del Turismo Sostenible en Miches, ejecutado por la Fundación Tropicalia, de 2013 a 2018, con el financiamiento del BID/FOMIN (hoy BID LAB), y la participación de instituciones del nivel de la Junta Agroempresarial Dominicana, Banfondesa y Banco Adopem.
Un esfuerzo loable y contundente, realizado en un momento en que la demanda turística era inexistente y, por tanto, una idea anticipada a su tiempo. La mayor parte de nuestros productores se dedica a la agricultura familiar o de subsistencia. Producen para vender a intermediarios que ofrecen según puedan o no encontrar producto antes de llegar a Miches.
A veces usan técnicas poco éticas para la comercialización. Recuerdo que al inicio del proyecto de la Fundación Tropicalia, los productores de chinola se quejaban porque el intermediario se negaba a darles el precio sino hasta que ya habían cortado el fruto. Vendían a 0.60 centavos la unidad, cuando su costo de producción era de 1.20 pesos. El doble.
El turismo es una de las principales industrias a nivel mundial, y un tercio de los gastos del sector está dirigido a la compra de alimentos. El vínculo entre agricultura y turismo puede ser la principal estrategia para ampliar la participación del sector turismo, en el desarrollo económico local. En República dominicana el consumo más relevante en la industria turística es el de frutas, seguido por los vegetales, los cárnicos, los víveres y los embutidos. Suele manejar mejores precios, de ahí el nombre de mercados de alto valor, pues compensa calidad y frescura, pero sobretodo la oportunidad de la entrega y el cumplimiento de los contratos.
Y precisamente estas condiciones específicas suponen un reto para el pequeño productor. Entre las principales barreras del sector agrícola local para lograr en vincularse con el mercado turístico, tenemos:
DÉBIL CULTURA DE ASOCIATIVIDAD Y NEGOCIOS Dificultad para acceder a financiamiento blando, oportuno y suficiente, acompañado del necesario acompañamiento contable y financiero. Poco acceso a tecnología, dura y blanda, para la producción.
Cuando para resolver el problema de los productores de chinola logramos un contrato con un vendedor del Merca Santo Domingo, quien ofrecía 2.50 pesos por unidad, los productores staron de felicidad. Nos llenaron de elogios y bendiciones. Hasta que el intermediario que les pagaba por debajo del costo decidió competir y ofrecer 2.80 pesos por unidad.
Los productores le vendieron, y se cayó el contrato con el Merca, con lo que el precio volvió a menos de 1.00 peso por unidad. Para lograr vincular la producción local con el mercado turístico hace falta voluntad, tanto por parte del sector público como del privado.
El primero, para disponer de las políticas públicas que desarrollen realmente las capacidades productivas y gerenciales del pequeño y mediano productor, alejándose de la práctica de la ayuda y el patrocinio, para generar en el productor un sentido de negocio y compensar el riesgo que asumen las empresas cuando se abren a la oferta local.
Y el segundo, el sector privado, mostrando una actitud abierta a la innovación y la creatividad en los procesos de abastecimiento, pero visto desde el diseño estratégico del core business, y no desde la responsabilidad social, las comunicaciones y el manejo de relaciones públicas. Entendiéndose, a la empresa, como una entidad de impacto social que trasciende el crecimiento del capital y la gestión financiera del riesgo a futuro.
Que tiene la obligación de ser rentable, lo mismo que dejar una huella positiva en el entorno en que se desarrolla. Y con ese sentido de propósito asumir, por escalas, una relación comercial que, si bien en principio es riesgosa, puede tornarse igualmente beneficiosa. Con pequeños pasos comprendidos por los volúmenes y las variedades que el productor, con sus capacidades, puede manejar.
En este momento nos encontramos en vísperas de un segundo gran esfuerzo, encabezado por el Ministerio de Medioambiente y Recursos Naturales, a través de su proyecto El Seibo Resiliente, que ejecuta con la participación de la Cooperación Alemana, la GIZ, expertos en intervenciones comunitarias que requieren de organización ciudadana y toma de decisiones participativas.
Encuentra a una comunidad michense mucho más consciente del significado de participar del turismo, interesada de ser parte del proceso de desarrollo y necesitada de herramientas para lograrlo. Pero encuentra, además, un sector hotelero fortalecido y mejor organizado.
Todo este conjunto representa una oportunidad que no puede sino dejarnos optimistas respecto de todo lo que podríamos lograr en Miches, y soñar con vincular, quizás como en un abrazo, el arraigado pasado agrícola de Miches, con su (cada vez más cerca), imponente y definitivo desarrollo turístico.