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Ernesto Rivera (DUKE) / redaccion@editorabavaro.com
La educación primaria (4)
Desde este perÃodo se le amontonaron a uno en la memoria tantos recuerdos como si quisieran salir en tropel no sea que se olviden y hasta la cronologÃa (como dice mi amigo Macho, el del machete) se pierde. Pero ya habrá lugar para irla organizando, lo importante es que no se queden en el olvido.
Hubo otra ocasión dificilÃsima y comprometedora. Vaya los sustos que hubimos de pasar. Estábamos paseando frente al Vesubio en el Malecón, costumbre que tenÃamos después de cenar y esperando la hora de empezar el estudio que era siempre a las 9:00 de la noche. El grupito que siempre estaba junto de los compañeros de facultad.
Estábamos acostumbrados a ver pasar y oÃr el ronroneo de los cepillos del SIM haciendo su recorrido y por la fuerza de la costumbre no le dábamos demasiada importancia. A todo se acostumbra uno en la vida, pero esta vez el carrito del SIM se paró frente a nosotros y uno de sus ocupantes se bajó y me llamó a mà directamente. ImagÃnese usted lo que sentimos todos.
El individuo se acercó a nosotros, me saludó y me abrazó con efusividad. Yo al reconocerlo, aunque hacÃa mucho, muchÃsimo tiempo que no nos veÃamos, quizás desde el principio de la secundaria, todavÃa intimado y nervioso casi le grité en la cara que por qué carajo me hacÃa eso. Que si no se daba cuenta no sólo del susto que nos hacÃa pasar, sino de la desconfianza que sembraba en mis compañeros frente a mà una relación que parecÃa tan estrecha con una persona de su clase. No sé de dónde diablos encontré cojones para hablarle asà a un miembro del SIM delante de sus compañeros, pero uno no sabe nunca cómo va a reaccionar hasta que no se presenta la ocasión.
Ã?l se acercó al grupo y con lágrimas en los ojos, pidió perdón y les aclaró que yo habÃa sido un amigo muy querido muchos años atrás. Que la vida nos habÃa lanzado por caminos distintos, pero que al verme después de tanto tiempo se olvidó de su posición y no pudo resistir la tentación de saludar al antiguo amigo sin sopesar la imprudencia que cometÃa.
Gracias a Dios su explicación fue convincente, lo mismo que sus lágrimas emocionadas; mis compañeros lo entendieron y aunque con algunos relajitos de no muy buen gusto para mÃ, la cosa no pasó de ahÃ; aunque yo sà conté el incidente con lujo de detalles al Padre Rector tan pronto llegamos, para evitar luego malas interpretaciones.
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