Algo más que palabras: La memoria de los que se van
Me pesa todo lo vivido en los últimos días, pero aún así quiero compartir lo experimentado, ofreciéndolo en abrazo permanente con el lector de mis sueños, después de haber sufrido la pérdida de un ser querido y el dolor de la soledad de un cementerio en profunda quietud, donde todo parece estar descansando y en realidad lo que dormitan son los recuerdos. En ocasiones, perdemos la noción del tiempo y borramos de la memoria, que un amanecer más en nuestras vidas, también es un paso más hacia la hora suprema.
Desde luego, la vivencia de un progenitor mío que se ha ido hacia la eternidad, entre lágrimas vertidas y sueños de esperanza, me han dejado muy desolado, aunque reconozco que jamás halle compañero más edénico que la soledad del bucólico campo santo. Sabemos que la muerte llega en cualquier momento, lo importante es dejarnos reencontrar con la inmortalidad del reposo sereno y con la mística de la imagen en comunión con los latidos del alma.
Confesaré que mi referente estuvo en la serenidad del influjo de María, que sufrió bajo la cruz el drama de la muerte de su hijo, participando después en la alegría de su reaparición. De igual modo, es bello pensar que será Jesús, nuestro Redentor y Señor de la vida, quien nos acompaña y despertará del sueño, porque estoy convencido de que nuestro andar tiene horizonte perenne y la expiración es un paso más hacia el auténtico mimo galáctico, una vez envueltos en las entretelas de la composición, donde francamente no se muere, sino que se vive en el más acentuado de los amores, en esos instantes preciosos y precisos de pletórica plenitud poética.
De camino por el campo poético de la memoria, caí en la cuenta de que uno ha de temerle a la vida, no a la muerte; recordé a las víctimas de la guerra y la violencia, a esas poblaciones martirizadas por la pandemia del coronavirus, que ya está provocando un aumento del contrabando de migrantes y la trata de personas, aparte de las muertes constantes en todo el mundo, puesto que todos en cualquier momento podemos ser personas vulnerables. En efecto, añadamos un parecido más: somos iguales en fragilidad. Nadie estamos a salvo del tránsito, de ese encuentro con el verso y la palabra más allá del tiempo y del espacio. Ojalá estemos preparados para ese paso mental, que conlleva el hacerse placidez y no poder del que aplasta.]]>