Decenas de muertes y heridos, familias que renuncian a sus hogares para huir y esconderse en refugios tampoco seguros; estampidas humanas que corren despavoridas para salvar sus vidas, y unas autoridades incapaces siquiera de atenuar el caos que se prolonga sin fin.
Este es el calvario de los haitianos. Las bandas criminales ya han ganado mucho terreno, en su afán de controlar poblados completos para imponer su terror sin causas que justifiquen sus acciones vandálicas.
El Gobierno haitiano solo dispone de un cuerpo policial sin capacidad operativa, incapaz de responder a las necesidades urgentes de protección de su pueblo. Y mientras tanto, mucha gente muriendo y muchas más sufriendo hambre, carencias de todo tipo y sumida en un temor interminable.
Los problemas de Haití, sin importar su naturaleza, nos tocan directamente y nos obligan a permanecer en alerta. Pero la comunidad internacional, la misma que nos quiere endilgar la responsabilidad de cargar con cada uno de los problemas de Haití, sigue sin planes concretos de ayuda, y distante, cada vez más distante, de una solución aproximada de la crisis eterna del vecino país.
Sus principales voceros solo muestran la cara para resaltar el supuesto odio racial de los dominicanos, que solo existen en mentes aviesas que insisten en distorsionar la realidad para rehuir responsabilidades. Nos enrostran y condenan la construcción del muro fronterizo, cual si fuésemos criminales despiadados. Con mentiras y manipulaciones difunden realidades opuestas a la cotidianidad que define la convivencia pacífica con la comunidad haitiana radicada en nuestro país.
Ante el mundo, esa comunidad internacional pretende mancillar nuestro derecho a ejercer el principio de la autodeterminación de los pueblos, para pensar políticas orientadas a defender sus intereses nacionales. Los haitianos en nuestro país viven y conviven con condiciones dignas y de respeto a los derechos humanos. Trabajaban y cobran salarios según las reglas del mercado laboral, crean empresas formales y en algunos ámbitos son hasta mayoría en negocios informales.
Son usuarios (en muchos casos aventajados) del sistema de salud pública nacional, sin que se les niegue ese servicio, caminan libremente por nuestras calles y socializan abiertamente en espacios diversos, sin miedos a cacerías de brujas. Pero esa verdad, escondida y retorcida por promotores de mentiras, no trasciende fuera de nuestras playas. Tiene alcances limitados.