La historia se repite cada vez que hay una festividad en El Seibo. El pueblo
se convierte en una selva. Gente borracha por doquier, hedor a orina y
vómitos en calles del centro y barrios aledaños. La parte trasera de la iglesia Santa Cruz se convierte en un chiquero y los parques Eugenio Miches y Duarte un basurero cualquiera. Los lugareños que no se unen al desorden, están con el grito al cielo. A ver… ¿quién le pone el cascabel al gato?