República Dominicana sigue siendo uno de los pocos países donde aún se envía la carne con el gato, consciente de que el producto no llegará al destino, sin antes ser devorada, por quien se confió por la apariencia sobria y tranquila que exhibe, especie con características muy subliminales que usa como garras, para ejecutar sus malas mañas.
Este comportamiento tiene una gran similitud con la forma en que ha sido dirigida la provincia La Altagracia, por quienes por años son los propagadores de las más largas abyecciones conductuales, lacerando y deslustrando con inquisiciones de la más baja realea, el ya palúdico verde de la esperanza de nuestro pueblo, bordeando con colores de impureza, la dignidad de la población.
Estos llenan todos los estadios con máculas apestosas, que gangrenan el tejido social frente a la agudizada crisis de servilismos extremos, donde la moral yace triste y desvestida por las rasgaduras de quienes de forma sinuosa han hundido al municipio.
Ya no es posible prolongar en más espacio el catálogo del apogeo del servilismo higüeyano, campo donde la corrupción incontenible corroe la estructura social, propia de una sociedad que se ha entregado ciegamente al endiosamiento de los criminales, haciendo entrega de todos los principios y valores con los que la comunidad habría venido rigiendo, mal que bien, su existencia colectiva.
Endiosamiento absurdo no de un simple personaje, héroe o poblado austero, sino de vulgares, reconocidos y tradicionales delincuentes que se incuban en todas partes, atrofiando de manera vil los tejidos del cuerpo social, dada la manifestación del gansterismo político, la perversidad y enfermedad de un sistema de partidos que corroe los cimientos de todas las instancias, con esas anómalas circunstancias vergonzosas de una sociedad donde todo se compra y muy poco tiene valor, convirtiéndolo en una malsana expresión de corrupción que poco a poco esta deviniendo en un Estado endémico para la vida política social y económica de Higüey, donde solo existe el interés de colocarse en un alto puesto de la estructura partidaria o puesto de la administración pública dado el hecho del derrumbe social o cambio de rumbo de la sociedad Altagraciana, impulsado por una hábil y novedosa manipulación donde la corrupción ha dejado de ser una lacra, convirtiéndose hoy, en una virtud que se celebra estimulando para que otros la imiten y premiando a quienes han acumulado fortuna, que no resisten ninguna investigación que determine su origen, llevando a nuestra sociedad a lo avieso y vulgar.