VERÓN. Fue en los años 80 cuando Neiva Guedes, recién licenciada en biología, vio por primera vez un guacamayo jacinto, el día que descubrió que sus nietos no tendrían sin duda la misma oportunidad, ya que la especie, 100% brasileña, estaba condenada a desaparecer.
La mezcla de sentimientos que sintió aquel día fue lo que definió el destino de Neiva a partir de entonces: decidió dedicar su vida a evitar la extinción del guacamayo jacinto y, 30 años después, lo consiguió.
La bióloga se adentró en el campo, estudió el comportamiento de las aves, se acercó a la comunidad y comprendió que los dos principales factores que contribuían al fin de los guacamayos azules en la naturaleza eran la caza ilegal -para ser vendidos como aves de compañía- y la deforestación, ya que estas aves sólo se reproducían cuando encontraban buenas cavidades naturales en los troncos de los árboles, que cada vez se talaban más.
Consciente del problema, Neiva fundó entonces el Instituto Arara Azul, realizó una magnífica labor de concienciación e implicación de la comunidad, desarrolló una técnica de instalación de nidos artificiales en la naturaleza en condiciones perfectas para que los guacamayos azules se reprodujeran y, unas tres décadas después, vio lo que muchos creían imposible cuando empezó su trabajo: la especie salió oficialmente de la lista de animales en peligro de extinción.
Todavía queda mucho trabajo por hacer -sobre todo en lo que respecta al impacto del cambio climático en la vida de los guacamayos azules-, pero el legado que Neiva ha construido hasta ahora es innegable y le ha garantizado a la bióloga, entre otros reconocimientos, un lugar muy especial en el salón de la fama de las niñas y mujeres científicas de la ONU.
Fuente: Mundo positivo