El periodismo de hoy

0
576

Verón. Desde mucho antes que la era digital nos impusiera sus reglas en la forma de ver el mundo, el periodismo ha sido una vía excepcional para hacer aportes significativos al nuevo orden discutido en las aulas universitarias.

Para entonces, era más fácil pensar temas, profundizar en ellos y transmitir información y conocimiento, a través de páginas impresas que circulaban entre un público que sabía valorar el esfuerzo creativo e intelectual que implica el ejercicio responsable de esta profesión.

Pero el mundo se digitalizó, y de manera radical también cambió el rumbo de la lectura meticulosa y concienzuda de los diarios. El uso convencional de los medios fue seriamente alterado por las redes sociales, ese espacio ilimitado donde las opiniones juiciosas conviven con el morbo desenfrenado y el facilismo de informaciones fantasiosas e infundadas.

Los periodistas dejaron de interesarse por las fuentes de consultas que antes servían de sustento a lo que posteriormente sería publicado. Las fuentes por excelencia son ahora las redes sociales, no importa si sus contenidos orienten, edifiquen o sirvan para algo a los consumidores de información.

Los medios revolucionaron in- cluso el sentido de las historias, dando prioridad a narrativas de hechos y situaciones donde el conflicto y las diatribas superan por mucho el debate constructivo de ideas. Preferimos saber las interioridades de algún famoso, cuya vida privada, actuaciones y decisiones particulares en nada inciden en la cotidianidad de la gente.

En la agenda de los medios de comunicación ya no abundan las porfías apasionadas que irrumpían la planificación temática antes de cada publicación. Los textos que invitan a reflexión sobre aspectos de interés general, resultan ahora aburridos para audiencias que asumen y prefieren la información como un espectáculo trivial y fugaz.

Sería iluso pensar que el periodismo de ayer resurgirá de sus cenizas para recuperar el espacio perdido. Por supuesto que no. Tampoco se trata de pretender este cometido, y muchos menos satanizar la presencia de nuevos paradigmas en la comunicación de masas. Pero el periodismo fecundo, el que persigue utopías y apuesta a la construcción de una sociedad más justa, organizada y plural, no debe morir jamás. Es nuestro debeer preservarlo.