Cuando a principios de este año el Gobierno anunció la llegada de las primeras vacunas para inmunizar a nuestra población contra el covid-19, este semanario sugirió la necesidad de armar una estrategia comunicacional para convencer a la gente de la importancia de acudir masivamente a esta jornada.
Esa estrategia debió ser orquestada por las autoridades desde una perspectiva que permitiera a cada ciudadano comprender la magnitud y el impacto de esta crisis sanitaria.
Pero las primeras dosis de vacuna tocaron suelo dominicano en la segunda semana de febrero, sin que anticipadamente el Gobierno articulara un plan comunicacional de convencimiento colectivo, especialmente dirigido a los escépticos que reniegan la efectividad de las vacunas.
Muchos países de la región apenas han inoculado porcentajes insignificantes de su población, porque a diferencia del Estado dominicano no han corrido con la misma suerte de contar con grandes cantidades de dosis para combatir los efectos de esta enfermedad.
República Dominicana figura entre las naciones con mejores resultados en los esfuerzos para vacunar a la población. Y sin embargo, un segmento importante de la sociedad muestra una apatía preocupante para acudir a los centros habilitados para esos fines, amparados en pretextos estrambóticos y risibles que denotan una impresionante ausencia de información conocimiento.
Semejante resistencia encuentra explicación en la ocurrencia inventada por fabricantes de mentiras que, en franca conspiración contra la salud del pueblo dominicano, pusieron a rodar la ficción de que las jeringas esconden un microchip capaz de dominar y someter a la gente a la voluntad del demonio.
Alineadas con esta insensatez, otras víctimas de mentalidades chifladas y fantasiosas invocan experiencias de personas que tras vacunarse supuestamente fallecieron pocas horas después, o sufrieron efectos secundarios y permanentes.
Previendo estas reacciones carentes de juicio, en su momento dijimos que las autoridades debieron adelantarse y contrarrestar este comportamiento social a todas luces desconectado de la realidad, por carecer de sentido lógico y de una base de sustentación científica objetivamente creíble.
Ahora, el Gobierno afronta no sólo un inquietante rebrote del covid-19, sino también el reto de persuadir a muchos dominicanos en cuyos sistemas de creencia se anida el absurdo de que las vacunas hacen más daño que bien.