La credencial hacia el futuro

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El mañana está ahí, pertenece a aquellos que son capaces de reconstruir vínculos que nos fraternicen. No hay mayor graduación que la sensatez, que ese espíritu prudente y reflexivo, que evidencia la crianza de personas maduras. Cada generación, por tanto, debe reconsiderar la transmisión de sus saberes y sus valores a la siguiente.

Es a través de la educación, como realmente se avanza en la formación de un ser consciente, libre y responsable. Ahora bien, dirigir no es únicamente transmitir conocimientos, es hacernos mejores personas; lo que exige, integrar el lenguaje de la mente con el espíritu del alma, o si quieren, el movimiento de las manos con el de los andares.

Pensemos que uno también se reeduca consigo mismo, alumbrándose de silencios y abrazado a lo auténtico para ascender a la libertad. Indudablemente, la mejor credencial hacia el futuro, ya comienza en el instante del nacimiento. En la propia familia se gestan valores inolvidables que nos transforman.

De ahí, lo importante de hacerlo de modo que lleve consigo la ternura y el afecto, el discernimiento y la autoridad. Unida la familia todo se consigue, porque en realidad todos se reeducan entre sí, bajo el ejercicio cotidiano del amor, del ejemplo y de la experiencia. En ocasiones, cuesta entender, que demos publicidad al bienestar individual, denigrando los lazos estables del matrimonio y de la paternidad.

Mal que nos pese, está comprobado que muchos hijos de padres separados presentan problemas continuos de adaptación y rendimiento, de desequilibrio psíquico y de actitudes antisociales. Tal vez este fruto provenga de dos excesos a evitar en la didáctica; demasiada dulzura o excesiva severidad. Sin duda, falta ese equilibrio que se dan entre sí los progenitores. Sea como fuere, la transmisión de la civilización es nuestra gran tarea pendiente. Todos estamos obligados a ponernos en acción.

Es menester agitar la vida, pero dejarla libre para que se desdoble en cada viandante. Las personas nunca se deben reducir a meros instrumentos de poder o de mercado, únicamente el donarse (y el perdonarse) está a la altura de la propia dignificación de la vida. En consecuencia, hemos de salir de este estado de confusión cuanto antes. Así, la familia, es la institución por antonomasia de la donación.

El desafío que nos toca como generación, no es fácil dada la degradación humana a la que hemos llegado, con desconfianza en todo y hacia todo, con el eclipse de hechos inhumanos que el planeta respira por doquier. Pero, ya está bien de permanecer insensibles ante la cantidad de riesgos existenciales que portamos como linaje y que, apenas, hacemos nada por evitarlo.