Punta Cana, RD.- A pesar de los esfuerzos y recursos invertidos para enfrentarla con resultados alentadores, la violencia de género sigue causando estragos en una sociedad que parece haber aprendido a mirar el problema como algo común.
En cualquier rincón del mundo, cada minuto alguna mujer se convierte en víctima de los distintos tipos de violencia ejercida por hombres en el marco del esquema de dominación que caracteriza este comportamiento abusivo.
Pero resulta altamente preocupante la violencia incubada en la intimidad de las parejas o estructuras familiares, que casi nunca se registran en estadísticas oficiales como aquella que en el peor de los casos degenera en muertes y maltratos físicos de las mujeres.
Por diferentes motivos, muchas féminas no hacen pública su coexistencia infernal con hombres que aunque no usan manos ni armas para agredirlas, sí lo hacen con recurrentes maltratos verbales y sicológicos, que del mismo modo lastiman y reducen la vida de la mujer.
El sistema de justicia registra y actúa en función de hechos concretos y previamente denunciados, lo que dificulta hacer seguimiento y castigar las agresiones ocultadas por las propias víctimas.
Muy típico de conductas aprendidas y arraigadas en culturas machistas, y paradójicamente legitimadas en el seno de las parejas, las mujeres minimizan aquel tipo de violencia que se expresa solo con palabras o acciones directas de intimidación.
Golpizas sin moretones. Por esta razón, las mujeres apelan a una especie de acuerdo de sana convivencia que en términos prácticos es realmente inexistente, ya que en el fondo subyace la intención disfrazada del hombre autoritario e imponente a toda costa.
En este contexto, aun conscientes de riesgos y consecuencias, las mujeres nunca evidencian al hombre que las descalifica y ofende con sorprendente facilidad; a quien las engulle con su boca afilada y subestima hasta el colmo de hacerlas sentir incapaces de valerse por sí mismas.
Esta práctica repudiable crece y se repro- duce sigilosa, pasando inadvertida ante unas autoridades más pendientes de querellas y cadáveres ensangrentados, porque esa violencia no deja marcas visibles en el cuerpo de las féminas.
¿Hasta cuándo? Eso nadie lo sabe. Pero mientras tanto, el horror continúa.