Campaña política y manipulación

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Falta menos de un mes para que los dominicanos elijan a sus próximas autoridades, quienes ejercerán sus funciones durante cuatro años, como manda nuestra Constitución.

La campaña electoral entra en su recta final. Dirigentes políticos, altos y medios, arrecian sus esfuerzos para conquistar el voto que habrá de llevarlos a ocupar cargos de dirección en los diferentes ámbitos de actuación del Estado.

Molestosas bocinas con altos e incontrolables decibeles anuncian con gran estruendo, día, noche y madrugada, las propuestas de los candidatos que compiten para ganar el apoyo de casi siete millones de ciudadanos.

Es este el tiempo en que las emociones suelen nublar la lucidez que necesita el voto responsable, para escoger de entre muchos a los que realmente reúnan las condiciones requeridas para dirigir los destinos de un pueblo.

Esto último encuentra clara explicación en el festival de promesas infundadas y disfrazadas de verdades, vendidas al electorado en medio de un jolgorio descomunal expresado en bailes, bebentinas y dádivas miserables.

Al final del cuento, la gente regresa a su realidad cruda y amarga, la misma que la conmina a vivir bajo un régimen creado a imagen y semejanza de un sistema que promueve desigualdad, injusticias e irritantes privilegios.

Por desgracia, los electores no siempre acuden a las urnas convencidos por las ofertas del candidato favorecido, sino impulsados por fuerzas ajenas a su propia voluntad. De esta forma, el invocado voto consciente queda sometido a la hipnosis mental de entes sociales convertidos en objetos-votantes.

La clase política conoce bien y juega a su antojo con este esquema de dominación mental, que subyuga la voluntad popular y la somete a sus trampas y caprichosos designios.

Es un círculo vicioso con resultados fácilmente descifrables, porque sus actores no esconden la ambición con que promueven sus aspiraciones, evidentemente motivadas en su afán desmedido de manejar recursos públicos.

Pero, también por desgracia, la crítica razonable a este estado de cosas es la excepción, y el desorden, la regla. Y para colmo de males, este carnaval de mentiras es asombrosamente legitimado por la propia víctima, que es el pueblo votante.

Todo se resume en la manipulación descarada,  artífice cardinal de este juego perverso. Y así, queda pues revalidado aquello de que â??el fin justifica los mediosâ?.

El concepto de â??bien comúnâ?? solo sirve para enmascarar una jornada que en la práctica parece más una ficción que un proceso que garantice esperanzas de cambio.

Pero la vida debe continuar, aunque jamás al margen de las circunstancias que envuelven un país con altas deudas sociales acumuladas.