Víctor Corcoba Herrero / corcoba@telefonica.net
El mundo está crecido de atropellos a su propia ciudadanía. Cada día son más los que no respetan a nadie y esto dificulta enormemente la convivencia. Por otra parte, también hay más dominadores en posiciones privilegiadas que abusan de las personas.
No importa la edad. El maltrato psicológico y la explotación financiera son solo algunos tipos de violencia que sufre el 10% del colectivo de la tercera edad en el mundo, según las estimaciones de la Organización Mundial de Salud (OMS).
Lo mismo sucede con el maltrato infantil; un problema mundial que, de igual forma, se incrementa de manera alarmante, obviando que el niño maltratado de hoy es el adulto conflictivo de mañana. Ahí está, igualmente, la situación de especial vulnerabilidad de las mujeres.
El abuso a esa población en particular ocurre a menudo después de un historial de discriminación y opresión durante toda su vida. Desde luego, todos estos avasallamientos no surgen porque sí, es la consecuencia de vivir inmersos en un ambiente lleno de enfrentamientos por doquier esquina del planeta.
Personalmente, hace tiempo que vengo reivindicando en sucesivos artículos el retorno a la concordia ciudadana, al aliento del verso que todos respiramos, a la poesía que todos portamos en el alma como latido de nuestra propia existencia.
Sin duda, hoy más que nunca, nos hace falta volver a lo armónico, frente a la violencia; a la cooperación, frente a la rivalidad; con el coraje suficiente, frente al miedo. No podemos permanecer pasivos ante el aluvión de injusticias que a diario inundan nuestros espacios humanos.
El abuso a esa población en particular ocurre a menudo después de un historial de discriminación y opresión durante toda su vida.
Por desgracia, cuando la inmoralidad toma posiciones ventajosas, el ser humano se cierra en su oportuno egoísmo, el horizonte de belleza y bondad deja de cohabitarnos, y todo tiende a la deriva, a la inhumanidad.