Punta Cana. La elección presidencial de Estados Unidos de 2016 es un ejemplo notable del sistema electoral estadounidense, que puede resultar en que el candidato que recibe más votos populares no gane la presidencia.
En esta elección, Hillary Clinton, la candidata demócrata, recibió aproximadamente 65.8 millones de votos (el 48.2% del total), mientras que Donald Trump, el candidato republicano, recibió alrededor de 62.9 millones de votos (el 46.1%). A pesar de la diferencia de más de dos millones de votos a favor de Clinton, Trump ganó el Colegio Electoral con 304 votos frente a los 227 de Clinton.
El Colegio Electoral
El sistema del Colegio Electoral fue diseñado en el siglo XVIII y asigna un número de electores a cada estado en función de su población. En total, hay 538 electores, y para ganar la presidencia, un candidato debe obtener al menos 270 votos electorales.
Cada estado tiene un número fijo de electores, lo que significa que los estados menos poblados tienen un peso relativamente mayor en la elección del presidente en comparación con los más poblados.
Esto puede distorsionar la representación del voto popular a nivel nacional. Distribución de votosClinton ganó en los estados más poblados como California y Nueva York, donde acumuló una gran cantidad de votos populares.
Sin embargo, perdió en varios estados clave del Medio Oeste, como Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, donde Trump ganó por márgenes estrechos pero suficientes para asegurar los votos electorales de esos estados.
Este fenómeno resalta la importancia de las estrategias de campaña y cómo se dirigen los candidatos a ciertos estados «clave» para asegurar su victoria en el Colegio Electoral.
Antecedentes históricos
Esta no es la primera vez en la historia de EE.UU. que un candidato gana el voto popular pero pierde en el Colegio Electoral.
Antes de 2016, ha habido otros casos notables, como en las elecciones de 1824, 1876, 1888, 2000 y 2012. Esto ha llevado a un debate continuo sobre la efectividad y la equidad del Colegio Electoral.
La elección de 2016 intensificó las discusiones sobre la reforma electoral y el potencial de abolir el Colegio Electoral. Algunos argumentan que el sistema actual permite que los votos de ciertas regiones sean más valiosos que otros, lo que puede llevar a la sensación de que el voto individual no tiene el mismo peso.
También se observó un aumento en el activismo político y el interés en las elecciones posteriores a 2016, reflejando la polarización y las divisiones en el electorado estadounidense.