Ventas forzadas
La escena es común: vendedores callejeros que se acercan a los vehículos en los semáforos en busca de una venta rápida. Sin embargo, esta práctica puede generar situaciones incómodas e incluso peligrosas, tanto para conductores como para los mismos vendedores.
Hace poco viví una experiencia que ilustra perfectamente este problema. Ocurrió en Verón. Un vendedor se acercó a mi vehículo, mientras esperaba la luz verde del semáforo, insistiendo en que le comprara unos limpiavidrios. Hasta el cansancio, le dije que no tenía dinero efectivo, pero el joven insistió y finalmente instaló los limpiavidrios sin mi consentimiento.
Me alentó diciendo que podía pagarle después. La situación se tornó complicada. Con el semáforo todavía rojo, el vendedor comenzó a quitar los limpiavidrios viejos y a colocar los nuevos. Temía que mi negativa desencadenara un enfrentamiento indeseado. Cuando terminó, el tipo exigió entonces su pago.
Pero mi realidad era que no cargaba efectivo. Y así, como si nada pasara, muy ajeno a los bocinazos que repudiaban aquella escena imprudente y con frialdad pasmosa, el vendedor procedió a quitar nuevamente los limpiavidrios nuevos y a reinstalar los viejos. Respiré profundo. ¿Hasta qué punto es aceptable una venta forzosa? Esos muchachos, que buscan ganarse la vida, deben ser conscientes de sus límites.
La seguridad vial es una prioridad y la presencia de esos vendedores en las intersecciones es distracción peligrosa, porque obstaculizan el flujo vehicular por el tiempo que pasan interactuando con los conductores. Su presión es inadmisible. Me sentí obligado y acorralado ante un evento que, afortunadamente, pude evadir sin causar una confrontación mayor. Pero con frecuencia esos abordajes terminan con desenlaces violentos que involucran a vendedores y conductores. Debemos evitar momentos parecidos.