El Bulevar Turístico de Verón-Punta Cana, vía trazada como la arteria vital para facilitar el flujo ágil y seguro de personas, se ha convertido en un escenario preocupante. Vaya ironía, que la misma senda diseñada para embellecer y conectar este paraíso se haya convertido en un sendero mortuorio.
Y aún así, este lamento desgarrador no encuentra eco en los despachos gubernamentales ni en las autoridades locales. El clamor de la comunidad, ahogado por la indiferencia de aquellos encargados de velar por la seguridad y bienestar, se pierde en un vacío ensordecedor.
La verdad amarga e irritante es que el diseño original de una obra concebida para garantizar seguridad, fue mutilado por negligencia, conveniencia o falta de visión de sus constructores. La lógica derivada del uso diario de esta vía exige pasos a desnivel para proteger vidas en las intersecciones, pero lo fácil fue colocar semáforos, que poco o nada ayudan a resolver el problema.
O ensuciar la belleza y esplendor del Bulevar Turístico, colocando tanques grotescos enlazados con cuerdas ¿A quién beneficia esta apatía ante una amenaza inocultable? ¿Quién cierra los ojos ante el precio brutal que pagan habitantes locales y visitantes?
Cada día, el saldo de vidas segadas por la tragedia vial sigue en aumento. Familias destrozadas, sueños interrumpidos y turistas que regresan en ataúdes a su país de origen. ¿No impacta a nadie el dolor causado por una realidad que todos saben que existe y nadie hace nada para remediarla?
El impacto de estas muertes debe hacer eco en las burbujas del poder y en la conciencia colectiva. ¿Cuándo llegará ese ‘ya basta’ que miles esperan? No más discursos vacíos ni indiferencias cómplices. Es tiempo de despertar, de exigir responsabilidad y acciones concretas.
La vida no puede seguir siendo tratada como inmundicia de vertedero, sin que eso a nadie le importe. Exijamos un cambio que redima las expectativas rotas de un Bulevar Turístico ahora convertido en ruta de muertes y tragedias.