Violencia desbordada 

0
228

Durante los últimos días, la sociedad dominicana ha experimentado lo que algunos estudiosos del tema denominan recrudecimiento de la violencia con secuelas de muertes y heridos, en escenarios y circunstancias distintos. 

Y es así. Nuestra población está inundada de violencia en las calles, en los hogares, en centros de diversión y en todas partes. Despertamos cada mañana pendientes de quién será la nueva víctima, porque hace ya tiempo que la tolerancia y el respeto perdieron terreno como componentes esenciales de un mundo civilizado. 

Uno de los elementos más perturbadores de esta escalada violenta que nos sacude y golpea sin tregua ni compasión, es que ya muchos ciudadanos aprendieron a ver cada caso como algo normal, no importa cuán grave e impactante sea. 

El Estado dominicano hace lo que tiene a su alcance para reprimir y castigar aquella violencia que se anida en actividades criminales o delictivas. Pero no tiene control para frenar las confrontaciones con saldos trágicos que surgen de la convivencia social, como conflictos callejeros por malos entendidos entre personas. 

O las peleas tan frecuentes entre individuos, que se producen por motivos casi siempre insignificantes, que bien pueden ser resueltos utilizando un mecanismo que también ha perdido efectividad por falta de uso, el diálogo. 

El brazo castigador de las autoridades tampoco alcanza para aquietar la violencia que se engendra en los hogares, porque es de naturaleza distinta y sus causas y consecuencias ameritan de otra categoría de análisis diferente. 

¿Qué significa este razonamiento? Pues, que cada ser humano debe ser capaz de entender que el cambio de rumbo que invocamos con un grito desesperado, solo será posible exhibiendo un patrón de conducta que posibilite la interacción juiciosa y conciliadora frente a nuestros semejantes.