Cuando el Sistema Nacional de Emergencias 911 fue estrenado en República Dominicana, toda la ciudadanía aplaudió esta iniciativa ya de uso común en países como los Estados Unidos, donde las personas están habituadas a utilizar este servicio, cuando las circunstancias así lo ameritan.
Pero no menos cierto es que, no obstante, el apoyo recibido por la mayoría de los dominicanos, no faltaron quienes se mofaran de este importante proyecto para la seguridad ciudadana.
Las autoridades tuvieron así que hacerle frente a cientos de llamadas falsas, de gente que fingían estaba en medio de una situación de riesgo o amenaza para sus vidas.
La idea de estas bromas de mal gusto, era poner a prueba la tolerancia de los técnicos que tienen bajo su responsabilidad acudir al llamado de las emergencias en aquellos pueblos donde funciona el 911.
Por este motivo, fueron muchas las ocasiones en que unidades de ambulancias o patrullas policiales acudían para responder a falsas alarmas, sin que esto tuviera nunca consecuencias ejemplarizadoras para los responsables.
Sería injusto no reconocer que ocho años después de su instalación en el gobierno dominicano, el 911 ha conseguido avances de rebasar algunas debilidades que afectan la excelencia de este servicio vital para la ciudadanía.
Uno de los puntos bajos del 911 es reducir el tiempo que transcurre entre una llamada de emergencia, y la llegada del componente responsable de atender a quienes se encuentran en situación de peligro o gravedad por algún accidente.
Las quejas por la tardanza de llamadas reales, no ficticias como antes, son cada vez más recurrentes y eso tiene que cambiar, por el bien de todos.